La poesía nace de la observación, se alimenta de la luz y colores del paisaje, del dolor y el amor de los hombres y de la intangibilidad del sueño. Es como una hoja que tras recibir la savia fresca de la tierra se seca y cae y forma un sustrato que nutre el arte. Es anterior al arte. La música, la pintura, la arquitectura son tributarias de las hojas secas.
Si de la metáfora hacemos reflexión -como más de un filósofo romántico ha hecho y también más de un pensador neoclásico- podemos concluir que el arte nace en la podredumbre, de algo corrompido, dado que las hojas secas sólo sirven de abono cuando se pudren.
Sustrato podrido de hojas secas o verdes arboledas iniciales, la poesía configura jardines de flores olorosas, cuyo aroma nos resulta desconocido. A veces se trata de emanaciones secretas o de efluvios inéditos. Estas sensaciones volátiles se instalan en la pituitaria como un hospedaje cómodo de quien no conocemos su fisonomía.
Pasa el tiempo, y más allá de estas percepciones fugaces, cuando parece que su impresión ha quedado almacenada, para siempre, en un estante olvidado del recuerdo, divisamos, de repente, realidades que tienen un aroma que, a la primera impresión con su olor inicial nos parece nuevo, pero que, ahora, de repente, ya no nos resulta desconocido y, entonces, la cara extraña de la realidad nos reporta a un rostro conocido que sonríe sin aspavientos entre las flores de los jardines de la memoria. La poesía es el poso previo de un recuerdo, es la cantera del déjà vu.
Tras la confusión al pie de la torre de Babel tuvimos que encontrar el nombre de las cosas e hicimos de cada palabra un hallazgo artístico, es decir, tuvimos que dar nombre a las sombras prístinas y la claridad. Para ello sólo había que dejar que la morfología de las rocas, el vuelo de los pájaros y el rumor de los meandros se ciernen sobre el egoísmo y decididamente la naturaleza imitara el arte nuevo de la palabra.
Así, la poesía, como arte de la palabra, tuvo que comprometerse, ya desde el principio, a devolver el anagógico sentido de la naturaleza y hacer evidente el vínculo entre la belleza de la palabra y la belleza de lo que expresa o hacer evidente la tensión entre la palabra preciso y el dolor de lo que expresa.
Además de este sentido inicial de la poesía, hay que considerar objetivamente, tal como manifestaba el poeta de Sinera, que la poesía debe salvar las palabras y devolver el nombre de cada cosa.
Ciertamente Francesc,
ResponderEliminarRespirando, persevera el sonido
así yo canto el olvido de las olas...
Saludos
Kova
Sí, querida Kova, el silencioso sonido elocuente que lucha por no caer en el olvido y se defiende de los golpes del oleaje que, poco a poco, van erosionando acantilados.
ResponderEliminarSalud
La poesía que es la manifestación más afinada del lenguaje, esa característica propia de los humanos es tan misteriosa como eficiente para provocar, evocar e invocar el ánimo y la memoria. Decir la rosa - o la ballena, por poner otro ejemplo- leer esa palabra que la designa y escucharla tiene tal fuerza simbólica que por si misma, cualquier palabra, encierra un universo de sensaciones y significados. Buscar la palabra precisa requiere, a partes iguales, reflexión, conocimiento e inspiración.
ResponderEliminarQué ensayo tan precioso, en realidad pasaje lírico, por cierto divinos comentarios de Kova y Amaltea. ¡Ah! no digamos ese "silencioso sonido que se defiende de los golpes del oleaje, que, poco a poco, van erosionando acantilados".
ResponderEliminarY es que ahora me has traspasado el ánima, con espada metáforica me has rendido a tus palabras. Divinas palabras, que devuelven el nombre a cada cosa, la poesía creadora de la que habla Salvador Espriu:
"En círculo, noche, observan
reciente silencio, mármol
en triunfo, apagada
boca rebelde. ¿Qué ritmo
extraño de metales, por árido
reino, te conduce
a un desnudo combate? Presiento
cómo se convierte en difícil,
perverso, príncipe de muertas
flores cenicientas, palabras."
(La versión es de José Batlló)
El arte nace en la prodredumbre, una vida en palabras de la que no tomó carne, otra vida la alumbra en el dolorido sentir. Por tanto, la poesía es también para mí una manera de vivir, tan real como la corpórea y tangible.
Y, claro, suscribo a José Martí:
¡Verso, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!
¡Viva la poesía! Y que nos siga haciendo vivir.
Me encantó la entrada.
Un beso. Salud.
Querida AMALTEA, a mí me gusta comparar la poesía con las matemáticas, por su rigor, por su precisión y del mismo modo que la matemática está en el fundamento de toda ciencia empírica o especulativa también la poesía debe estar en los cimientos de toda expresión literaria o artística, por su ritmo, por su precisión, por el placer que produce con sus imágenes igual que cuando ves cómo se cumple un teorema matemático.
ResponderEliminarSalud
Elena Clásica, la poesía es sustrato que nutre con imágenes y con el ritmo de la palabra. En su último libro, Rapsodia, Pere Gimferrer dice:
ResponderEliminar... o por encima del sentido, versos
que significan lo que el verso es,
no lo que puede significar, Tántalo
del sonido y sentido: queda en tablas,
porque el poema, en su dominio ardiente,
más que a significar, aspira a ser.
Salud