Fermall. Ramon Puig Cuyás
El
reloj de la historia no se detiene. Sus saetas han señalado todo tipo
desgracias y sigue la cuerda. Tic tac, tic tac…
La
historia es un mal negocio y las calamidades siguen. Cuando se entrecruza un
momento fugaz de felicidad el minutero sigue.
Iluminados,
gurús parlanchines, ingenuos de buena voluntad y otros embaucadores han
propuesto detener el reloj de la historia. Así, evitarían que ocurrieran nuevas
desgracias. Acomodados, ya no vendrán peligros
nuevos.
Ahora
la tarea la tiene el relojero especializado en paralizar las manecillas. Es un
profesional avezado en la anti-relojería. Es el apañarrelojes de la
inmovilidad. Utiliza herramientas de precisión, toquetea engranajes y esferas,
pero el reloj no se detiene.
Tic
tac, tic tac, tic tac…
Las
agujas van señalando las horas de las estafas y de los engaños. En cada ciclo
del tiempo, la barbarie se perfecciona.
A pesar de la habilidad del profesional de la anti-relojería y su empeño en parar el tiempo, el vaivén del péndulo no se detiene y la inquina y las
desgracias aparecen una y otra vez.
En
cada ciclo horario, el apañarrelojes presenta su minuta de honorarios:
horarios y honorarios, minutas y minutos, todo se sucede en el eterno giro de la noria del
tiempo.
Mientras,
el iluminado va convenciendo a todos que vendrá un tiempo mejor donde los
relojes marcarán la hora de comer caviar y habrá caviar para todos y la hora de
tomar un vermut y habrá vermut del bueno para todos.