
La consagración de la primavera tiene, según T.W. Adorno, una inclinación burguesa y regresiva y su arcaísmo es intencionado, dice que Stravinsky sigue la moda del primitivismo y del arte negro tan en boga a principios del siglo XX. Con esta manifestación, Adorno niega la carga de renovación formal que proponía Stravinsky.
Aun presentando un lenguaje nuevo con respecto a la revolución atonal de la música contemporánea, La consagración de la primavera constituye un callejón sin salida. Sí, un callejón sin salida que ha producido, sin embargo, una serie de imitaciones de cierta calidad ambiental. Con salida o sin ella, más de un crítico que ha admirado esta obra ha llegado a considerarla como uno de los fundamentos de la música contemporánea.
Si echamos una mirada rigurosa al Movimiento Moderno podemos observar, entre el expresionismo y la abstracción, como la vanguardia del siglo XX pasó del primitivismo de la primera década del siglo a las partituras de Schönberg.
Con coreografía de Nijinsky, La consagración fue estrenada en París en 1913 envuelta de un escándalo estrepitoso. Stravinsky cargó el fracaso sobre la espalda del coreógrafo, le acusó de haber hecho una coreografía no comprensible, chapucera y torpe.
No era del gusto del compositor esa interpretación coreográfica que con toda probabilidad deseaba un ballet en el que deberían contraponerse volúmenes limpios, sin ningún aditamento y donde pudiera expresarse la idea del compositor: hacer desaparecer la pasión subjetiva del romanticismo ante una colectividad anónima.
La consagración de la primavera hiere el oído, la armonía tiene una disonancia violenta, se yuxtaponen tonalidades distintas, acordes dobles, frases no resueltas, todo ello en medio de un ostinati rítmico que, en conjunto, produce un reposo final perfectamente tonal.