El niño enfermo (1925). Edvard Munch
Edvard Munch (1863 - 1944), es el arquetipo formal de los
expresionistas, un mundo de grito y angustia, de muerte y vida. Su obra truculenta y atroz está, actualmente, rodeada de árboles
amables que proyectan su sombra sobre los niños que juegan en los jardines de
Oslo.
Su obra, su grito, su horror se han convertido en iconos
comerciales. Aquello que fue un extremo del arrebato expresionista es hoy una
imagen imprimida en los carteles o sobre las camisetas de protestones viejunos.
Munch fue un pintor que nos conduce al infierno con una
autoridad abrumadora. Es un artista que domina la persuasión, sabe pulsar la
fibra sensible del espectador, poniéndola en simpatía con la cuerda de su
corazón atormentado por aquellos años devastados de la Europa de principios del
siglo XX. Tiempos de sufrimientos, dolor y muerte, en que, sin embargo, Degas, Bonnard y Renoir nos ofrecían figuras que danzaban y flores que crecían en el jardín de la
Europa atormentada.
No sé si Degas, Bonnard y Renoir exclamaban como don João
de Deus Ramos: “Basta de tanto sufrir” ¿Por qué, tanto dolor? se preguntaba don
João cuando arrancó las flechas de San Sebastián, las flechas que
el santo tenía clavadas en el corazón en aquella estatua barroca ensangrentada.
Probablemente, Munch contestaba haciéndonos notar que el
desastre estaba aquí, bajo el sol o entre las nieblas de las ciudades que
morían. Decía el artista noruego que se había acabado el tiempo de las flores y
que no quería pintar los colores de la realidad sino el alma crispada que se
esconde detrás de las ventanas o en las alcobas de la muerte y el sexo.
¡Qué difícil!, ¿por qué tanto dolor? Una Europa central y
un Norte atormentado y patético de mujeres vampiro, de calaveras y de fe
asolada.
Visjon 1892. Edvard Munch
La obra de Munch nos muestra un escenario donde intuimos el
drama de Johan August Strindberg, su teatro de la crueldad, su manía
persecutoria y en cierta manera, su personalidad esquizoide; entrevemos el
drama mercantil y realista de las muñecas rotas de Henrik Johan Ibsen; y, en
medio de todo, el trasfondo amargo y existencialista de Søren Aabye Kierkegaard.
Arte e ideas atormentadas se sumaban al dolor y la muerte
de un tiempo y un espacio cruel. Una Europa en que el expresionismo era la
plañidera de la desesperación.
El “grito” de Munch queda
grabado en nuestra memoria, como sus palabras:
Un día, al atardecer, caminaba yo por la carretera,
a un lado se encontraba la ciudad, y debajo de mí, el
fiordo.
El sol se ponía,
las nubes estaban teñidas de rojo como si fueran de
sangre.
Tuve la sensación de que toda la naturaleza se ponía a
gritar, me pareció que podía sentir un grito verdadero. Tuve que pintar aquel
cuadro, pintando las nubes como si fueran de sangre real. Los colores gritaban.
El resultado fue el grito.
El grito (1893)
Este
fue el grito de Munch, una expresión que fue una desesperación y que hoy nos
complace. Cambian los tiempos y las personas, pero en todos los tiempos ha
habido personas que han gritado y otras que han pintado flores.