Iglesia de Villanueva de
Franco, (1949) arquitecto Arturo Roldán Palomo
La Guerra Civil cercenó el racionalismo y todas las
vanguardias artísticas. Las cabezas pensantes fueron aniquiladas. Exilio,
muerte o represión.
La arquitectura también sufrió el duro golpe de la barbarie
y toda construcción o reconstrucción nacional vino marcada por la imposición de
un estilo ecléctico-patriotero que recordara las “glorias hispanas”. Se
interpretaron los estilos fascistas o los modelos nazis que, debidamente
pasados por el cedazo del Movimiento Nacional, se convirtieron en una especie de "cosa"
adocenada que ha sido calificada de arquitectura franquista.
La arquitectura de posguerra presentaba diversos matices,
todos ellos opuestos a cualquier signo de modernidad, con estilos diferentes:
"neoherreriano", "regionalista",
"neovilanoviano", "ruralista" y con ellos, una serie de
variantes que corresponderían a las diferentes facciones del poder franquista,
por ejemplo, "tradicionalistas", "carlistas",
"juanistas", "africanistas", "falangistas", etc.
Universidad Laboral de Gijón, (1946-1956)
arquitecto Luis Moya Blanco
En Cataluña todo este retroceso se impuso con un carácter
ecléctico, no exento de rechazo a todo lo moderno. Vendría a ser una especie de
recreación del noucentisme tardío, pero a "lo malo".
Encontramos como ejemplos los colegios mayores situados junto a la Facultad de
Farmacia en Barcelona, también el Instituto de Secundaria Milà i Fontanals en
la plaza Folch i Torres o la Iglesia de la Mare de Déu dels Àngels en la calle
Balmes de Barcelona.
Por todas partes dominaba la reacción contra la arquitectura
moderna.
La vanguardia arquitectónica de antes de la guerra
representada por los arquitectos del GATPAC/GATEPAC quedó eliminada. Aquellos
profesionales revolucionarios del GATPAC/GATEPAC que confiaban en las bondades de la
arquitectura y que estaban convencidos que ésta es un bien cultural, una de las
bellas artes que debe estar al servicio del ciudadano y que su función es
resolver los problemas del habitat
humano; aquellos arquitectos digo, desaparecieron: Aizpúrua fue asesinado, Sert
tuvo que exiliarse, Torres Clavé murió en el frente de guerra, fueron
reprimidos o silenciados grandes profesionales como Armengou, Illescas,
Rodríguez Arias, etc.
Y después de la barbarie y la muerte, los arquitectos que
continuaron proyectando, lo hacían en condiciones desfavorables, completamente
desconectados de los movimientos de las vanguardias que se sucedían en Europa o
en América. Tuvieron que someterse a las directrices de las autoridades franquistas.
Salvo honrosas excepciones, se produjo una arquitectura folclórica,
roñosa, piojera, zafia y ramplona construida sobre cimientos de corrupción y
favoritismos.
En la postguerra, ahora y siempre, la cultura arquitectónica
depende del tono general de la cultura y de los factores históricos y sociales.
Arreglar aquel desaguisado era una cuestión política y los arquitectos debían
colaborar haciendo una arquitectura digna y bien construida. Ya sabemos que no
corresponde a la arquitectura la solución de los problemas sociales ni de las
injusticias. La arquitectura sólo puede resolver problemas de arquitectura y
con esta tarea ya va bien servida. Pretender salvar cualquier otra cosa es puro
engreimiento.
Casa Agustí, (1955) arquitecto Josep
M. Sostres
Surgieron, sin embargo, en aquellas décadas de precariedad, algunos buenos artistas y grandes arqutiectos que supieron renovar o recuperar el lenguaje de las vanguardias. Admiramos la obra de algunos arquitectos esforzados
-Coderch, el Grup R, Fisac, etc- que
supieron recuperar la modernidad perdida. Construyeron bien, de acuerdo con los
principios de la estática, de la estética y la funcionalidad y fueron
conscientes de que con su labor, que hoy me atrevo a calificar de heroica, sólo
pretendían solucionar problemas de arquitectura y de construcción.