Pietro Aretino
retratado por Tiziano en 1545
Con demasiada frecuencia, en diversos momentos de la
historia, el hombre ha caído en el error de confundir alguna de sus ilusiones o
algún ideal en una Entidad Suprema. Ha deificado un ideal o ha convertido una
ilusión en su Dios.
Cuando esto ocurre se suceden un sinfín de desaguisados y un
enajenamiento colectivo. Las gentes pierden el sentido de la realidad y
entonces son capaces de cometer las mayores tropelías. Ya sé que en política esto acontece repetidamente, unos dicen que son mejores que sus vecinos y, a
partir de esto, se desata la barbarie y empiezan los dramas. Pero no voy ha
hablar de política que de eso entiendo muy poco, me limito a sufrirla y a
escuchar sandeces y voy a referirme a la Historia del Arte.
La confusión de un ideal en un dios la encontramos en la
Edad Media, donde se deifica el símbolo, la hallamos en el arte moderno donde
la Revolución se convierte en el dios pagano. Pero es en el Renacimiento cuando
algún intransigente lo verbaliza, lo escribe o lo petrifica.
Este es el caso de Pietro Aretino (1492-1556), hijo de una cortesana y de un zapatero. Intelectual, hijo de una puta
con alma de rey, poeta
autor de Sonetti lussuriosi (sonetos
lujuriosos) afirmaba que para el artista genial y concienzudo el Arte con
mayúscula es su Dios, su moral, su ley y su derecho. A su modo de ver, el
artista está por encima de las leyes.
Para el Aretino el escultor Benvenuto Cellini encarnaba el
artista genial que no debe someterse a ley alguna.
Pietro Aretino y Benvenuto Cellini, tal para cual.
Cellini tenía conciencia de
ello, creía estar por encima de todo lo demás, excepto del divinísimo Miguel
Ángel.
El extraordinario escultor se buscaba la vida de corte en
corte, siempre armado con la espada y o el pistolón. Presentaba sus razones apuntando con el arma o
con la lengua, no menos mortal ésta que aquella, y si alguien le contradecía le
endosaba una estocada y si lo mataba peor para el muerto, pues se lo había
buscado y ya se sabe que los golpes no se pactan.
Perseo con la cabeza
de Medusa. Benvenuto Cellini
Benvenuto Cellini era un pendenciero, un granuja, un
buscapleitos. Creía en milagros, era un meapilas, creía en hechizos y
encantamientos. Pura superstición. Cuando lo necesitaba rezaba como una beata,
se acordaba de Jesucristo y de todos los santos.
No discernía entre el bien y el mal, era un renegado y un
traidor, mentiroso, disoluto, vividor, engreído y era, en fin, un gran
escultor. Junto con Miguel Ángel, Donatello, Verocchio y Brunelleschi era uno
de los más grandes que adoró a Dios y al Arte como a sí mismo.