domingo, 29 de septiembre de 2013

Los árboles del primer Renacimiento



El pago del tributo (1424-1427)
Masaccio

En las obras de los pintores del primer Renacimiento podemos ver que los árboles representados tienen poco ramaje, que la vegetación es escasa y de follaje ralo. Los artistas del primer Renacimiento eran conscientes de que venían de un invierno muy largo.

Le petit parc. (1764-1765)
Jean Honore Fragonard

No así en las pinturas del Romanticismo donde la vegetación aparece rica y frondosa, bien representada por los artistas románticos que sabían que aquella espesura del paisaje había crecido gracias a la fertilidad del Iluminismo.

¿Que vegetación nos espera?

sábado, 28 de septiembre de 2013

Empujes, contra-empujes, contrafuertes y arbotantes


La distribución de los espacios de un edificio parece que sólo empieza a plantearse, como problema, a partir del Renacimiento.

Antes del Renacimiento de Brunelleschi la distribución de la planta ya sugería la organización estructural. El espacio y la composición arquitectónica respondían de una manera directa a la verdad impuesta por el sistema constructivo y por la limitación de la resistencia de los materiales empleados. 

La estructura, de forma muy especial, iba dictando cómo había de configurarse el espacio interior e incluso imponía el uso del mismo.

Un sistema de empujes, contra-empujes, contrafuertes y arbotantes impuso durante muchos siglos la lógica del diseño arquitectónico. Todo era cuestión de controlar las fuerzas:
A todo empuje le contraponemos una masa.

Todo lo que empuja por el interior del edificio se contrapesa en el exterior del mismo. Si dentro de la nave hay imágenes de santos y mártires, en el exterior colocamos gárgolas espantosas y monstruos bicéfalos.

Contra los empujes de las bóvedas interiores colocamos los arcos arbotantes exteriores. 

Si las bóvedas de dentro se ornamentan con ángeles y serafines, en los arbotantes exteriores colocaremos demonios y dragones como contrapeso.

La lógica estructural de las arquitecturas anteriores al Renacimiento, no es más que un trabajo de ir disponiendo el pedrusco adecuado en el lugar preciso y conseguir con ello una organización espacial que, debido a su monumentalidad, provoque miedo y sometimiento.

Así dispuesto el espacio, en el interior de los templos se produce una catarsis y algún mareo. A esto también contribuye el efecto del incienso y de los cirios encendidos.

El espacio interior de la nave y los sermones desde el púlpito, cuyo eco rebota en las paredes y vitrales, no contribuyen a la reflexión ni a la racionalidad, sino más bien al furor místico o algo así.

De aquellas iglesias me preocupa la reverberación de los sermones y el monolitismo y el grosor de sus muros. Y de las sedes corporativas de las grandes multinacionales me preocupa su furor tecnológico y su ostentación.

Celebro, sin embargo, que aquel monolitismo hiciera que unas grandes arquitecturas perduraran y celebro que el furor tecnológico y la ostentación de los edificios corporativos no sea otra cosa que una fragilidad manifiesta.

viernes, 27 de septiembre de 2013

El Bosón de Higgs no es bello



 La componente estética de una teoría científica es un factor que los científicos no solo aplauden sino que la consideran indispensable para certificar la eficacia de su verdad.

En el caso del Bosón de Higgs parece que los sabios no consiguen encontrar trazas de belleza en la formulación de la teoría científica que sustenta su existencia y ahora los científicos están preocupados, observan y dudan. Se trata de una duda estética.

En un zeptosegundo (mil trillonésima parte de un segundo) que es el tiempo de vida del maldito Bosón se produce un problema estético que atenta contra la creencia de que la belleza y la verdad van unidas.

lunes, 23 de septiembre de 2013

LAS DOS SAGRADAS FAMILIAS





 El próximo 26 de septiembre a las 19 horas,
en la librería Alibri (calle Balmes, 26 de Barcelona)
junto a la editora Amalia Sanchís
tendré la satisfacción de presentar, el libro

LAS DOS SAGRADAS FAMILIAS. La de Gaudí y la de los otros
de Sergio-Albio González

editado por Parnass Ediciones.

Sergio-Albio González -arquitecto- reflexiona sobre la continuación de la obra de La Sagrada Familia de Gaudí.

“La Sagrada Familia ha sido una obra controvertida desde que empezó a concretarse la visión de Gaudí y lo sigue siendo hasta ahora. Ha devenido en un contexto muy diferente al concebido por el arquitecto catalán, pasando de ser un templo expiatorio a un ícono turístico.”

El vigor secreto de las sombras

Fairy et Griffon
Gustave Moreau (1826-1898)

Buscan lo que se esconde en el subsuelo, indagan en la oscuridad del ser humano y aseguran que existe una riqueza escondida en la vida secreta de las sombras.

Creí que la razón se llevaría por delante a los buscadores sentimentales. No. Pasaron muchos años invocando la canción de la noche y los sortilegios de los enigmas y esto dejó marcada una huella indeleble en los corazones.

Pero la guerra, el hambre y la destrucción mostraron su faz más siniestra y donde parecía haber un claro de luna, no había otra cosa que un campo sembrado de hombres vencidos. Los que mandaban enseñaron cuál era la oscuridad del ser humano y qué se escondía entre las sombras.

Pero ¡ah maldita superstición!, las lágrimas continuaron surcando el rostro de los amantes. 

El arte abandonó el sollozo lastimero y se refugió en la isla de la razón. Sí, pero las aguas del mar de las tinieblas azotaron los acantilados y el arte bajó para esconderse en el saco de la abstracción, donde su voz es secreta como la vida secreta de las sombras.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Encandilamiento utópico




Desconfío de las utopías que prometen una sociedad mejor, donde habrá bocadillos de jamón para todos, incluso charcutería adaptada para veganos.

No me fío de los arrobos sensibles de los medios de comunicación ni de la sublimación de la burocracia.

No creo que el poder llegue jamás a encumbrar la naturalidad, ni siquiera a comportarse con naturalidad.

No creo que desaparezca el poder por más utópica que sea la sociedad anhelada.

Llevamos engullendo poder desde que la humanidad hizo el gesto de ponerse en cuclillas y aún no nos hemos empachado.

Ante la desconfianza en la utopía y en la suspicacia de sus hechizos, no veo que ella  ̶ la utopía ̶  sea una razón para luchar; como máximo puedo llegar a admitir una pequeña indulgencia por el entusiasmo e imaginación de los amigos animosos, aquellos que creen que la historia puede ser un buen negocio.

La utopía puede proporcionarnos un programa arquitectónico para el diseño de un edificio con grandes salas comunitarias y con muchas ventanas desde las que no se ve otro panorama que el que se cuece en el interior del gran caserón colectivo.

Falansterios, familisterios o grandes templos ecuménicos, donde todos los iguales son muy iguales y la abstracción se materializa en forma de reglamento. Son construcciones utópicas que se asientan sobre unos cimientos de ingenuidad y que reposan en unos estratos del terreno que no pertenecen a la corteza de este planeta.

Todo encandilamiento utópico es un portento de sensiblería.


sábado, 21 de septiembre de 2013

La fe humana




Datail of Canyon
Robert Rauschemberg (1925-2008)

El ilusionado poeta-filósofo aseguró que la utopía es una razón para luchar. 

La utopía es, pues, un estímulo a la acción, una movilización por un objetivo difícil de conseguir, un objetivo casi siempre inalcanzable. Angustia y desgaste  se ponen al servicio de un “no se qué”. Se necesitan grandes dosis de fe o un anhelo de justificación de la fe y su trascendencia.

Más que mover montañas, lo que hace la fe es erosionar. Desgastar las moles más compactas sin moverlas de sitio. La fe desgasta la razón y el juicio, sirve para contemplar el panorama sin hacer preguntas, para ir admitiendo sin decir ni pío. La fe inhibe toda capacidad de crítica, como si de una ensoñación se tratara.

Con lo dicho me refiero a la fe humana. No hablo de la fe divina ni de las supersticiones, que éstas no las alcanzo a comprender como no alcanzo a comprender el amor de los efebos o la música americana.

Todos tenemos nuestros límites.

viernes, 20 de septiembre de 2013

El escéptico




Wolfgang Schulze (1913-1951)
Óleo sobre lona (1946)


No creeré las palabras que se esconden
tras la cara oculta de la luna de octubre,
cuando el ocaso tiene el tacto de un oráculo de piel.

Toda verdad es un acto de arrogancia
y la gloria aviva el amor propio
con el calor de un fuego de estopa.

No voy a creer que todo plagio es maligno,
pues muchas antígonas son posibles
y Venus de mármol las hay en todos los museos del mundo.
                                                          
Se oxidan los bronces que son, para unos, una bella pátina
y para otros no son más que un metal revejecido,
como las espadas viejas o los cañones de los piratas.

El capitel dórico fue el último hallazgo.
Nada nuevo bajo el sol, sólo la emoción,
el agüero o el pensamiento de unas personas buenas

que fascinadas por el enigma de la palabra
lanzan sus miradas por encima de las olas
de este mar embravecido que erosiona las rocas.

jueves, 19 de septiembre de 2013

El retrato de Erasmo


 
Llevado por su espíritu renacentista Albercht Dürer viajó a Rotterdam donde conoció a Erasmo. El pintor y el filósofo se encontraron en diversas ocasiones. En una de ellas, el autor del Elogio de la locura se encontraba afectado por una indisposición digestiva que le obligaba a interrumpir constantemente la charla que, sobre el neoplatonismo, mantenían los dos hombres.

Durero recomendó al sabio de Rotterdam la ingesta de aceite de oliva, algo que Erasmo aceptó con la confianza de poner remedio a su mal. Por la falta de costumbre o por no tener habituado su estómago a la acidez de aceite, el resultado no se hizo esperar y la descomposición intestinal del humanista se prolongó durante más de tres semanas. Entre retortijones no le quedaba humor al humanista para elogiar a locos ni a cuerdos.

Aquellos días, (en 1520) el artista alemán realizó un dibujo al carboncillo de Erasmo, precisamente tomó apuntes cuando el sabio sufría unos fuertes dolores de barriga, naturalmente, y dada la facilidad que Durero tenía para representar con precisión la naturaleza, el humanista quedó retratado con cara de pocos amigos, con la vista caída y con el rostro constreñido, además fue representado con un gorrito ridículo que ocultaba la noble frente del sabio.  

Erasmo quedó profundamente decepcionado por el retrato, a partir de entonces, las relaciones entre el filósofo y el artista se deterioraron y el humanista aborreció el aceite de oliva, dejó de tomarlo y consumió, hasta el resto de su vida, viandas guisadas con manteca.

Ni que decir tiene que la indisposición del filósofo no afectó al neoplatonismo, pero resulta difícil saber si aquellos retortijones tuvieron influencia en las propuestas estéticas que más tarde plantearía la Contrarreforma.  

sábado, 14 de septiembre de 2013

Los Hondecoeter y el barroco animalista

Pájaros en un parque (1686)
Melchior van Hondecoeter

Los Hondecoeter fue una familia de pintores flamencos que abarcó tres generaciones, desde Gillis d'Hondecoeter (1575-1638), Gijsbert d'Hondecoeter (1604-1653) hasta llegar a Melchior d'Hondecoeter (1636-1695).

El arte de los Hondecoeter va desde el manierismo del Siglo de Oro holandés con Gillis (que fue calificado de “maestro de los paisajes agrícolas"), hasta el barroco animalista de Melchior van Hondecoeter que fue el más destacado de la saga.

Después de que el abuelo Gillis hubiera de huir, con su familia, de su Holanda septentrional, perseguidos por la Inquisición española, se establecieron en Amsterdam, donde pudieron desarrollar un arte libre en un ambiente de tolerancia y en una sociedad más permisiva, donde las Cámaras de Retórica fomentaban la literatura y el arte.

Eran unos años de prosperidad, el comercio con las Indias Orientales florecía y se comía bien.

Melchior van Hondecoeter pintó animales, principalmente patos y gallináceas, ejemplares apetitosos que luego iban a las cazuelas de aquellos miembros de las Cámara de Retórica y de las Guardias Cívicas, todos ellos aficionados a la buena cocina y a los libros de caballería y de moral.

De las Cámaras de Retórica no salieron grandes retóricos, pero hay que decir que en todas ellas se comía muy bien.

En las paredes de los comedores de estas cofradías colgaban cuadros de los Hondecoeter, especialmente de Melchior van Hondecoeter cuyas imágenes de gallos, becadas, conejos y faisanes despertaban el apetito de los cofrades.

Los retóricos flamencos comían finos arenques del Atlántico con cebollino y tirabeques, disertaban sobre moral y democracia mientras devoraban ensaladas de espárragos con salsa holandesa, tortas de cebolla y capones de Hertogenbosch. Eran amantes de la pintura de interiores y tenían un talante condescendiente.

Mientras observaban las aves pintadas por Melchior van Hondecoeter se deleitaban con los mejores salmones de Renania que son los más esplendorosos y en otoño degustaban un cocido con las mejores gallinas pintas, mientras comentaban las modas de las gentes de Lovaina.

Cantaban y comían. Alguno se atrevió a componer estrofas y sextinas pero no le salía demasiado bien, pues sabido es que en los interiores holandeses se come mejor que se rima.

Entre canción y canción bebían vino del Rhin, vino blanco que ayudó a atemperar el fanatismo puritano y permitió que los alegres retóricos contemplaran el barroco animalista con ojos benevolentes.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Un Réquiem alemán. Un réquiem que no fue compuesto por Wagner


Ein Deutsches Requiem  -Un Réquiem alemán-
opus 45 (1868)
Johannes Brahms

Creo que Brahms fue un “plasta” genial, que su música es íntimamente siniestra y extraordinariamente sublime y que su romanticismo es profundo. Comparto aquella opinión que asegura que la mejor sinfonía de Brahms sería la que se formara tomando un movimiento, sólo uno, de cada una de sus cuatro sinfonías.

Dicho esto sobre Brahms, voy al meollo de algo que creo que constituye el núcleo central del pensamiento musical de este compositor. Me refiero a su Ein Deutsches Requiem, su opus 45 -Un Réquiem alemán- composición para soprano, barítono, coro y orquesta.

Esta es la obra más importante de Brahms. Se basa en una selección de textos procedentes de la Biblia luterana y algunos textos apócrifos.  El compositor selecciona los textos más severos y taciturnos y sobre ellos compone una partitura con imponentes fugas que paradójicamente dibujan un ambiente íntimo, sublimado y penetrante.

La profundidad y enaltecimiento de la intimidad los apreciamos de forma especial en el solo de soprano del quinto movimiento y en el vals del cuarto movimiento.

Brahms consideró que este Réquiem había de proporcionar bienestar al hombre afligido que vive sobre la tierra, esto era para él más importante que cantar a la inmortalidad de las almas que ya no están en la tierra. Cabe decir que Brahms confesó que no le importaría cambiar el título de la obra y llamarla “Un Réquiem humano” en vez de “Un Réquiem alemán”.

Por esta obra y muy especialmente por sus sinfonías, Brahms recibió un sinnúmero críticas de quienes militaban en el bando wagneriano y particularmente Hugo Wolf quien dijo: Un único estallido de platillos de Bruckner vale lo que las cuatro sinfonías de Brahms.

Naturalmente estas palabras de Wolf están dichas para atacar a Brahms y no para ensalzar la obra de Bruckner, wagneriano éste también.

Wolf se entrometió en la polémica de finales del XIX que mantenían los seguidores de Wagner contra los de Brahms y tomó partido a favor de los wagnerianos.

Ahora, conocida la intensidad de los ataques del uno y del otro bando, nos preguntamos ¿Por qué no fue Wagner quien escribió “Un Réquiem alemán”? ¿Será que el músico de Weimar sólo se interesó por el ocaso de los dioses del Walhalla? Wagner sólo se interesó por la caída de la mitología germánica, polemizó con Nietzsche, discutieron mucho, discutieron después del segundo acto de Sigfrido y dejaron de hablarse para siempre, Wagner no entendió lo del hombre nuevo. 

martes, 10 de septiembre de 2013

La irónica Safo

 
En la isla de Lesbos, donde las cabras se encaraman por las peñas en busca de un rastrojo verde y el viento de siroco produce un cierto mareo, los cantos de las discípulas de Safo eran el bálsamo del tiempo y de la tierra árida. 

Safo, que vivió a finales del seiscientos y principios del quinientos antes de nuestra era, enseñaba música a las muchachas de la clase alta. Como siempre corrían malos tiempos para la lírica y pocas eran sus alumnas, pues el problema de supervivencia era bastante general.

Dadas las circunstancias y el panorama que le tocó vivir, no me acabo de creer la opinión generalizada de que la poeta y sus discípulas estuvieran transidas de amor. Lo suyo era la ironía, ahí reside la más elevada forma de la inteligencia humana. Safo era inteligente, irónica y semejante a las musas que tienen que lidiar con la inclemencia de los dioses.

Reducir la obra de Safo a sus relaciones amorosas, a consideraciones románticas más o menos sentimentales es abreviar, es un reduccionismo perverso.

Ahí va esta ironía, ahí van estos versos.

Sobre un lecho mullido 
descansaré mis miembros.
                                                  (Libro II, 46)

Qué bien que hayas venido, porque me volvía loca
por ti, el corazón me quemaba, encendido por el ansia.
                                                  (Libro II, 48)

¿Es que deseo aún ser virgen?
                                          (Epitalamios, 107)

Sólo una cosa quiero decirte,
mas me lo impide la vergüenza.
Si te afanaras en las cosas bellas y nobles
tu lengua no urdiría ninguna infamia
ni tus mejillas se enrojecerían por el rubor,
ya que siempre hablarías de justicia.
                                              (Poemas, 137)


lunes, 9 de septiembre de 2013

Comedores



Recuerdo unas placenteras comidas al aire libre, inolvidables, por la suave brisa o por las vistas tranquilas de un mar encalmado, o por el aire perfumado que se filtraba entre los árboles. Memorables por el ambiente exterior a orillas del Duero, o mirando el mar de Torre Valentina, o entre los olivos de Panagia Kerà en Creta o en el vecino jardín de Vilamarí, donde los poetas se reúnen a cenar en la noche de San Juan.  



A pesar de aquellos buenos recuerdos a plein air, siempre he preferido comer en un comedor interior, con paredes pintadas con colores suaves, sin tapices ni barnices; en una sala con poca decoración, sin espejos ni elementos brillantes, donde lo único que brille sean las escamas de una lubina salvaje, la cubertería o las iridiscencias del aceite. Me gusta que la cristalería tenga la transparencia de un día ventoso de invierno y no refleje nada que no sean los comensales o lo que hay encima de la mesa.



Eso de la comida es algo delicado y en el exterior corremos más riesgo de que la cosa se estropee: una racha de viento que se lleve el aroma del rodaballo, un rayo de sol que neutralice el esplendor de una escarola bien aliñada, un nubarrón que oscurezca el color del vino de Borgoña o unos ramajes que con su movimiento puedan distraer el sabor punzante de una buena mostaza de Alsacia.



En todo caso, al aire libre o en un interior, es conveniente cuidar la mantelería evitando los estampados estridentes y seleccionar la compañía, no vaya a ser que a algún comensal le dé por hablar de política, de futbol o de religión.

domingo, 8 de septiembre de 2013

La parada técnica amaina

 
Interrumpo por un momento mi parada técnica, pues los calores amainan y los papeles ya los voy teniendo cada vez más ordenados. Siempre hay algo que comentar y esta pequeña interrupción de la parada me permitirá hacerlo. Así pues voy con mi comentario sobre los juegos y los desenfrenos optimistas, que comento en el "post" siguiente y después del mismo y pasados unos días volveré con la actividad "bloggera".