Retrato de un joven con una calavera.
Bernardino Licinio (1489-1549)
Bernardino
Licinio se miraba de reojo el contraste del Tiziano y el hermetismo del
Giorgone. Hizo unos retratos muy buenos donde el detallismo brilla con su
presencia.
Este artista sabía lo que pintaba. Tenía buen
oficio aunque aportó poquita cosa, no logró expresar la profundidad psicológica
de Bronzino pero me gusta insistir en su detallismo y cuando un artista o un
literato ponen énfasis en el detalle, enseguida despiertan en mi ánimo una
sensación de confianza, pienso que el artista o literato en cuestión están
comunicando algo que ellos conocen muy bien.
El detallismo suele contener rigor,
y esto sólo es posible cuando se tiene un gran conocimiento de lo que se
explica. Cuando la expresión carece de detalle, el lenguaje se convierte en
algo que desprende demasiado humo, en una obra pretenciosa y con una carga de
irresponsabilidad.
Stendhal, que sabía muy bien de lo
que hablaba, decía “toda la literatura en los detalles”.
En los interiores holandeses de
Vermeer y bajo el sombrero de Rembrandt, en los drapeados de Andrea del
Verrocchio, en los escorzos de Mantegna y en los restos de suciedad de
Caravaggio y sobre todo en la literatura clásica, no encontramos más que
detalle, detalle y precisión. Fuera de esto no hay más que composiciones
engañosas contrarias a la salud personal y a la sensibilidad humana.
Pero a pesar del rigor de Bernardino Licinio, su obra me hace pensar en
lo que vendrá un poco después: la pompa de los contrarreformistas. Sí ya sé que
éstos eran unos barrocos mórbidos de texturas blandas, con curvas y
contracurvas vaporosas y atmósferas sensualmente gástricas y esto no ocurre con
Licinio pero su apreciación de la realidad parece apuntar maneras barrocas, es
como si fuera un fugitivo del manierismo.