Karl Host Hödicke. Auf der Dachterrasse (1979)
La guerra, la pandemia, la escasez de energía, de mano de obra especializada y de materias
primas, hacen que cambiemos nuestras formas de
trabajo, de consumo y de relación con los demás.
Tendemos al distanciamiento entre las personas. Aumenta
la desconfianza y, a menudo, cambiamos de acera cuando vemos que otro se acerca.
Sin embargo, esto no se cumple en los botellones ni en las aglomeraciones
humanas que se concentran en espectáculos deportivos, festivales, encierros, manifestaciones
y verbenas.
Paradójicamente y es tendencia, que nuestras ganas de
viajar aumentan. Iremos a países exóticos sin saber cuáles son ni
dónde están -la geografía apenas se enseña en las escuelas- y además, muchos
viajeros tampoco saben el significado de la palabra “exótico”. ¿Queremos más
exotismo que el panorama distópico de
nuestras ciudades post-pandémicas?, ¿iremos a ver otras distopías?
Nos adaptaremos. Nuestras
ciudades cambiarán y se convertirán en cacotopías post-punk.
Debido al incremento de repartidores de paquetería, que
nos traerán a casa lo que habremos comprado por internet, tendrán que adaptarse
las vías urbanas, rediseñarse las zonas de estacionamiento para carga y
descarga y modificar los recorridos del transporte público.
El teletrabajo supone una reducción de los desplazamientos y esto,
sin duda, será un determinante en la planificación urbanística. Bajará el valor
de los edificios de oficinas y estos inmuebles, indefectiblemente, deberán
cambiar de uso, reconvertirse en geriátricos, hospitales psiquiátricos,
ludotecas, dormitorios para los sin-techo, comedores sociales, etc.
Sin embargo, aunque disminuya el número de personas que
acuden a los centros de trabajo -circunstancia que afectará al diseño urbanístico- deberán tenerse en
cuenta los desplazamientos de las gentes que acuden a los gimnasios, a las
zonas de ocio, a los botellones, a los festivales de música techno-punk,
rap-flow, hip-hop o perreo-reguetón.
Se incrementará el espacio para terrazas de restaurantes.
Las calles de nuestras ciudades se llenarán cada vez más de repartidores de
paquetes y de comida “a domicilio”. Apenas
nadie guisará en casa.
La distribución del espacio interior de las viviendas
deberá modificarse, reducir la superficie de comedor y cocina e incrementar la
zona de estar para colocar un enorme sofá donde tumbarse para ver “series” en una gran
pantalla de televisión mientras nos atiborramos de chuches, “snaks”, “crunchys”, “corns”,
“cones” y bollería industrial y bebemos refrescos energéticos y edulcorados.
En la distribución de la planta de las viviendas
adquirirá gran importancia la superficie destinada al teletrabajo, éste afecta
al tiempo y al espacio. Cambian los horarios y las dimensiones.
El trabajador asume la cesión al empresario de una parte
de su vivienda para teletrabajar, soporta casi siempre el coste de la energía
consumida para llevar a cabo su actividad laboral, la amortización de
mobiliario y equipos, etc. No entro en estos detalles contractuales, pero sí que conviene
considerar esta ocupación de superficie en el diseño arquitectónico.
Tampoco quiero entrar en detalles en cuanto a la
eficiencia del teletrabajo, a veces pienso que tanto da que algunos trabajen
como que no trabajen, que trabajen en casa o que trabajen como “de estar por
casa”. Otros, sería mejor que no trabajaran, pues son capaces de elaborar unas
formas de burocracia tremenda que supera fronteras físicas, telemáticas,
comunicativas y mentales.
Estas formas de burocracia complicarán la vida a los que
teletrabajan y a los que tendrán que trabajar de forma física como los fabricantes
de bollería industrial, los payasos, los podólogos, los charcuteros, los porteros
de discoteca…