martes, 30 de octubre de 2018

Presentación de Jardí Ardent



Ya está en las librerías desde hace unos meses, pero hemos esperado a otoño, cuando los jardines cambian de color, para presentar Jardí Ardent.

La presentación correrá a cargo de Alfonso Levy, buen poeta que admiro y al que me une una buena amistad.
 
El libro, con prólogo de Pura Salceda, ha sido editado con magnífico esmero por SD.Edicions y diseñado por su editora María Luisa Samaranch.

Los poemas se acompañan de dibujos que he ido realizando mientras iba poniendo un verso debajo de otro.
 


Presentaremos el libro el lunes día 5 de noviembre a las siete de la tarde en el Aula dels Escriptors de l'Associació Col·legial d'Escriptors de Catalunya en el Ateneu Barcelonés, calle de la Canuda, 6 planta 5 (Barcelona) 





jueves, 25 de octubre de 2018

Hay silencios

En Oteiza hay un silencio hendido.


En Calsina y en Hopper hay un silencio detenido en el tiempo.


 En Lucio Fontana hay un silencio roto por el grito.



En Zurbarán hay un silencio ascético.


En Lucio Muñoz hay un silencio de amalgamas que evolucionan.


En el Mestre de Taüll hay un silencio roto por el Dogma.


En Bronzino hay un silencio de rostros elocuentes.

 
En Seurat hay un silencio cernido.



   En el Giotto hay un silencio angélico.


En Fra Angelico hay un silencio claustral.



En Nonell hay un silencio amargo de periferias.



En Chillida hay un silencio robusto que limita el espacio.


domingo, 21 de octubre de 2018

Precursores racionalismo arquitectónico


Como todas las demás formas del arte y del conocimiento, la Ilustración también cuestionó la arquitectura. Objetó el exceso formal de las fachadas y los interiores barrocos y planteó una depuración de la arquitectura.

 
Carlo Ladoli (por Alessandro Longhi)

Entre los más críticos encontramos al clérigo Carlo Ladoli (1690-1761), un matemático veneciano. Era un espíritu vehemente que no escribió nada, pero que tuvo una gran importancia en el desarrollo de la arquitectura, desde el neoclasicismo hasta la arquitectura moderna.

Ladoli, como Sócrates, no escribió nada, y como Sócrates también tuvo unos discípulos aventajados. Cabe destacar Andrea Memmo y Francesco Algarotti, quizás no tan radicales como su maestro. Ellos fueron unos verdaderos precursores del racionalismo que pusieron al barroco patas arriba.

Lodoli se opuso radicalmente al ornamento y defendía que la función es lo único que hay que representar. Decía que toda arquitectura debe ser funcional y que los materiales de construcción deben ser verdaderos, sentenció que cualquier imitación de un material es un puro sacrilegio. Dice que la piedra debe ser piedra y jamás debe imitar a la madera como se hacía en los templos griegos.
 
Francesco Algarotti  (1712-1764)

Por el contrario, Algarotti, también veneciano, aseguraba que el ornamento proporciona belleza a la estructura. Tampoco negaba la autoridad de Vitrubio como lo hacía su maestro Lodoli. Algarotti no pretendió la ruptura con el academicismo.

Hay posturas rupturistas como la del clérigo veneciano y otros que intentan contemporizar. Se puede sostener una radicalidad, como la de Lodoli, o cualquier otra forma más o menos rupturista. La radicalidad supone un acicate eficaz para el progreso de las artes y debe tenerse muy en cuenta si aspiramos a una renovación constante.

Sin embargo, la postura radical resulta fácil mantener cuando se trata de escribir a gritos o incluso cuando se adoctrina a unos discípulos. En estos casos nos encontramos en territorio teórico, pero otra cosa es mantener la radicalidad construyendo. Cuando se levanta un edificio se trabaja con materia pétrea que gravitára sobre el material humano y con estas sustancias no se puede hacer otra cosa que guardar el equilibrio.

Unos teóricos y radicales como Ladoli y otros, como Algarotti, tratando de encontrar una regeneración equilibrada de la arquitectura, lograron ir sentando las bases de una arquitectura racional que nacía con la Ilustración.

jueves, 18 de octubre de 2018

El negocio editorial y la vanidad


Limones . Miquel Villà i Bassols (1901-1988)
 
El negocio editorial forma parte del engranaje económico general, esto no es ni malo ni bueno, pero es algo que tiene muy poco que ver con la creatividad literaria.

Naturalmente la difusión de la literatura necesita del soporte de la industria editorial, como la arquitectura necesita de la industria inmobiliaria, y también casi todas las otras formas de expresión artística, necesitan de unos correspondientes agentes mercantiles o industriales, sin ellos, la creación de los artistas quedaría en un cajón, unos papeles garabateados, unos croquis, unos bocetos... La cuestión reside en que el impulsor (editor, promotor, gestor cultural, instituciones) tenga la suficiente sensibilidad y cultura para apreciar e impulsar la buena literatura o la buena obra de arte.

Ya sé que alguien dirá que “a ver quién es el guapo que decide qué literatura es la buena”. En esto juega un papel importantísimo la crítica, ésta debe ser ponderada, entendida y no dejarse llevar por tópicos adocenados o por las estrategias del marketing, aunque ya sabemos que muchas veces es la propia crítica quien crea tópicos y estrategias. La crítica la deben ejercer individuos preparados, sensibles, cultos y responsables. Y deben, los promotores, apostar por la calidad.

Entre autores de campañillas interesados por el relumbrón y editores que les interesa más su cuenta de resultados que la buena literatura, encontramos a los gestores culturales frívolos y a los responsables institucionales incultos, formando, todos juntos, un circo mediático que da pena.

Con tanto interesado y con la vanidad que no cesa, la literatura de calidad y otras formas de expresión artística conscientes de su responsabilidad estética se resienten, se marchitan en un erial y acaban muriendo. Fuera queda un teatro artístico poblado de saltimbanquis culturales.

Tampoco cesa la vanidad de muchos autores mediocres que se pasean ufanos con su jactancia y van con el lirio en la mano, ciegos y felices. De su candidez y narcisismo se aprovechan las editoriales que publican la obra al tiempo que les exigen una contribución en la edición, ya sea en forma de dinero contante y sonante o ya sea obligándoles a la compra de un buen número de ejemplares de lo publicado. Una cantidad de libros tal, que con esto ya financian la edición.

Ocurre que el autor ufano, cuando ve su nombre impreso en los papeles inicia un vuelo gallináceo y empieza a planear por encima de los demás mortales. Naturalmente autor y editor niegan el intercambio dinerario de la operación.

Pero no todo es así. Ciertamente existen autores y que se esfuerzan y se expresan con sensibilidad, son conscientes del valor del arte y producen una obra que es una reflexión constante sobre la naturaleza y la realidad humana. Muchos de estos autores permanecen en el anonimato o tienen, para mal de todos, una difusión escasa.Y existen editores serios y cultísimos que hacen de su labor un verdadero trabajo artístico coherente con la obra literaria.

Lo que estalla es la traca, los fuegos de artificio y la pachanga mediática.

martes, 16 de octubre de 2018

Deshilachado


imagen quadern 4 - 2016. Francesc Cornadó

Todo aquí está deshilachado. Este “aquí” es la ciudad, el país y el universo entero, donde la coherencia es un concepto elegante para ir pasando el rato.

La unidad, el orden y la armonía que han sido considerados como las piedras angulares del edificio de la sabiduría, no son más que entelequias estéticas para intentar ordenar el caos.

Los barrocos exaltados nos hablaron de la armonía de las esferas y aquello sólo fue un pasatiempo que no sobrevivió al colapso de la caída de l’ancien régime. Un engaño que sucumbió porque no era nada. Y la nave continuó, haciendo de la historia un mal negocio. No hay en este negocio más objetivo que el que persiguen los que mandan, y no existe ni un orden ni una voluntad colectiva. Como tampoco existe ni orden ni voluntad en la naturaleza. No hay orden ni concierto.

La naturaleza no tiene, en sí misma, ninguna finalidad. No es sabia, ni tiene moral, ni es una madre, ni es una diosa. Es un conjunto de pedruscos y de seres vivos dispuestos aquí y allá, sin orden ni concierto o, como diría Bertrand Russell, “un enjambre de puntos y saltos sin coherencia”

En este enjambre cada avispa busca su celdilla, cada individuo arrima el ascua a su sardina, y sin mirar la inmensidad de la Vía Láctea se deleita con la estupidez infinita.

El orden y la coherencia no habitan en la natura. En el mejor de los casos los encontraremos donde no haya erosión, esto es: en el pensamiento abstracto. Hallamos orden, unidad, armonía y coherencia en la música, en las matemáticas y en alguna otra cosa de esas que la tramuntana no puede arrasar.