27 de marzo de 2017
31 de marzo de 2017
Ambos inclusives.
viernes, 31 de marzo de 2017
miércoles, 22 de marzo de 2017
La capilla privada de Nicolás V
Cappella Niccolina, Fra Angelico
Según cuenta Vasari, Fra Angelico (1390-1455) "nunca levantó el pincel sin decir
una oración ni pintó el crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus
mejillas".
El beato dominico pasaba muchas horas
rezando en el convento de Fiésole. Aquella beatitud casi mística contrastaba
con su idea humanística del arte. Yo diría incluso que en su obra se advierte
un cierto indicio de paganismo.
Fra Angelico fue un gran humanista que
compartía la idea de que el hombre era la medida de todas las cosas. Entendía y
mostraba gran admiración por las nuevas técnicas de la perspectiva, aunque
decía que estas técnicas eran cosa de jóvenes y que él andaba por otros
derroteros.
Ha sido considerado el “Cantor del
Paraíso”. Su obra es contenida, nunca es dramática, tiene cordura y rigor.
El papa Nicolás V (Tommaso Parentucelli,
Sarzana 1397-Roma 1455), consciente de que Fra Angelico reunía la beatitud de la
oración y la visión humanística que daba sentido al arte del Renacimiento, le
encargó que pintara su capilla privada –Cappella
Niccolina-
Quizás el encargo papal obedecía a un afán
de concordia, entre el antiguo simbolismo y las ideas humanistas, pero el caso
es que la obra de Fra Angelico supuso una de las entradas del Renacimiento
florentino a la ciudad de los papas.
Actitudes como la de Nicolás V no son
frecuentes. A lo largo de la historia del arte, la Iglesia ha tenido casi
siempre una actitud de rechazo de las tendencias artísticas coetáneas. El
Renacimiento de principios de quattrocento
también fue rechazado, hubo censura, luchas de poder, intereses y, sobre todo,
impugnación de las ideas humanistas.
A veces he pensado que la obra de Fra
Angelico es un ejercicio didáctico sobre la mesura
A veces he pensado que la beatitud de Fra
Angelico es un holograma
viernes, 17 de marzo de 2017
Tres recomendaciones sobre la arquitectura del jardín cerrado
1)
La
arquitectura del jardín debe ser sencilla, sin ninguna ostentación.
2)
Deben
evitarse los capiteles con hojas de acanto ya que su naturaleza pétrea
competiría con el movimiento de flores y ramajes.
3)
Se
evitará el dórico austero ya que el contraste de sus proporciones trastocaría
el delicado equilibrio entre las rosas y los crisantemos.
martes, 14 de marzo de 2017
Rumbo a Citerea
Venus Citerea (1561) Jean Massys
Ya lo advirtió Freud, la cultura cansa. Los
post-freudianos lo confirmaron, cansa la cultura y la civilización.
El psicoanalista vienés y sus seguidores
no hacían más que repetir aquello que habían sentido los cortesanos de finales
del barroco. Les agotaba la vida cortesana. Sus correrías por los pasillos de
los palacios les producía cansancio y depresión.
Con un barroco agotado quisieron emprender
el viaje romántico rumbo a Citerea, la isla de los sueños. Se dejaron seducir
por un anhelo que surcaba las aguas de un mar de tinieblas.
¡Cuántos vendieron su libertad por llegar
a la isla galante! Citerea fue sueño de aristócratas de pelucas empolvadas y de
haraganes que querían vivir con el espinazo tieso.
Se embarcaron en la nave de Watteau rumbo
al reposo y la libertad que creían hallar en aquella isla donde Afrodita tiene
su templo.
En realidad, lo que perseguían era el
libertinaje. Buscaban encontrar la tierra de la promiscuidad.
Sólo en las islas se encuentran las utopías,
lugares donde se cumplen las ilusiones, porciones de tierras ubérrimas rodeadas
de aguas tenebrosas donde viven las sirenas que cantan a la locura.
Por arribar a la isla estaban dispuestos a
sucumbir a los melifluos cantos de las hijas de Aqueloo.
¡Ah, cortesanos insensatos!
Os embarcasteis
rumbo a Citerea.
Tuvisteis que sortear riscos que apenas emergen, pero que
están ahí para impedir vuestra llegada a la costa. Cada vez que sorteabais un
escollo y cada vez que salíais indemnes de un canto de sirena se acrecentaba vuestro
delirio y vuestro afán por llegar a la isla.
El viaje hacia la utopía es una travesía
donde la sinrazón va en aumento mientras surcamos las aguas. Pero como ocurre casi siempre, al llegar a la
ínsula añorada, encontramos peñascos calcinados por donde trepan las cabras,
una tierra donde las abejas zumban entre arbustillos, donde no se encuentran
los sueños salvadores y donde nuestras esperanzas quedan reducidas a algunas
sombras bajo el mirabolano.
Ahora, desde lo alto del acantilado, o
desde el rascacielos más alto, oteando el horizonte, descubrimos que la utopía anhelada
es el ardid y la astucia. Que Citerea es una tierra baldía, eso sí, desprovista
de fronteras. Es tan pequeña.
sábado, 11 de marzo de 2017
Fuerza, savia, vigor y destemplanza de los artistas
James Ensor. La intriga (1911)
Hay
artistas que viven muy mal. Pasan penurias y sobre ellas resplandece la luz del arte. Algunos no te dejan vivir en paz, tienen un
ego inconmensurable y otros son más cándidos que una tórtola pachucha. La moral
para ellos es algo que sencillamente no existe. Son amorales. Unos son
malditos, otros son retorcidos, algunos vehementes y otros creen que la razón
es un embudo que deja pasar el orden y la mesura, se trata de su orden y su mesura y como no, su magnificencia. Muchos
son inmorales y otros te aseguran que Dios puso la punta del compás sobre su obra para trazar el centro del mundo.
Todo
esto es algo muy distinto del carácter del crítico de arte, del chulito de
saloncito, del personaje mediático o del gestor cultural, éstos se creen que el
centro del mundo es su ombligo y sin rubor planean a un palmo por encima de los
demás mortales. Estos críticos utilizan con demasiada frecuencia criterios morales o éticos para juzgar una obra de arte.
Juzgar
la obra de un artista bajo la óptica de su conducta es un error craso, pues la
moral no es sustancia artística.
Juzgar
la actividad de un gestor cultural es algo higiénico e indispensable, pues
ellos pretenden imponer la moral de una estética. Utilizan su charlatanería cargada
de conceptos morales para juzgar una obra, se parecen a Quevedo.
Quién
se atreve a decir que la música de Carlo Gesualdo es mala por haber asesinado a
su primera mujer y al amante de ésta y haber colgado los cadáveres en su jardín
de azucenas o por haber despeñado una mula en Venosa o por haber flagelado a
varios muchachos creyendo que así redimía sus pecados. No, no y no. Desde el
punto de vista artístico sus pecados se redimieron con la composición de cinco
libros de madrigales o por sus canciones sacras a cinco y a siete voces por su
extraordinario Responsorio de tinieblas para Semana Santa.
Qué
crítico es capaz de censurar a Dalí por sus excentricidades o decir que la obra
de Benvenuto Cellini o de Caravaggio es malísima porqué ellos eran malísimos y
pendencieros.
¿Quién dirá que la obra barroca de Artemisa Gentileschi es buenísima por el mero hecho de que la pintora fue violada por su preceptor privado Agostino Tassi?
¿Van
a decir ahora que la arquitectura de Le Corbusier es un despropósito porque se
ha sabido que este arquitecto tuvo buenas relaciones con el nazismo?
Podemos leer las vidas de los santos pero olvidémonos
de las biografías de los artistas y contemplemos el arte como una manifestación estética en
todo su esplendor.
martes, 7 de marzo de 2017
El nullaísmo
Demócrito
por Johannes Moreelse
Nada
El nullaísmo es un estilo artístico que no
tiene ninguna obra que lo represente. No sabemos de ningún artista que
practique el nullaísmo.
Es un ismo artístico que no aparece en
ninguna enciclopedia ni en ningún tratado de arte, ni siquiera en el
Diccionario de los ismos (1949) de J.E. Cirlot. No es un movimiento artístico
contemporáneo ni forma parte de las vanguardias del siglo XX.
El nullaísmo no persigue nada y no hace
nada.
En el nullaísmo no hay conflicto entre la forma y el
contenido pues aquella es inexistente y no hay ningún argumento que sustente
ninguna idea.
Nadie ha escrito un Manifiesto Nullaísta, nadie ha propuesto nada. No ha habido ningún
encuentro o reunión de artistas nullaístas. El nullaísmo es inexistente.
En el nullaísmo no hay mentiras ni
falsedades pues estas se sustentan en sustancia ética o estética. Todo es hipotético, nada es real en el nullaísmo, pero tampoco es imaginario, ilusorio o ficticio.
El nullaísmo es un hálito muy ténue que respeta el
orden y la proporción y renuncia a edificar sobre las arenas movedizas.
La emoción y a la expresión de la misma no
caben en la nada ni en la ausencia. El nullaísmo es nada y es ausencia.
Es el signo de los tiempos: una creatividad anulada. Nihil omnino, solo una espera
larguísima, solo una mirada sobre las ruinas.
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