sábado, 28 de mayo de 2016

La caída es inminente

En enero de 2011, contestando un comentario de un amigo de este blog, dije
la caída es inminente.


Hoy ya no diría lo mismo. Han pasado más de cinco años y la caída ya se produjo. 

Ahora la salida del hoyo no es inminente, en la profundidad oscura se puede malvivir durante mucho tiempo. Creo que nos esperan siete centurias en este pozo.


Setecientos años de miseria creativa y cultural nos esperan.

martes, 24 de mayo de 2016

Un barroco que aplasta



Concilio de Trento


Basílica de San Isidoro León


Hay un barroco que aplasta, así, literalmente. Gravita sobre lo que hay debajo.

Vemos cómo las paredes románicas, en el caso de la basílica de San Isidoro de León o renacentistas como en la catedral de Valladolid,  han de soportar la gravedad de las molduras barrocas. Cargas que transmiten su peso sobre lo existente.  

El arte de la contrarreforma que surgió del Concilio de Trento se sobrepuso encima de los muros románicos, sobre paramentos góticos y, especialmente en España, gravitó sobre el arte de renacimiento.
Hospital Real de Granada

Curvas y contracurvas, ornamentos, frontones quebrados, ideas pesadas e intolerantes machacaron el arte de la razón. El barroco fue el martillo de herejes que también golpeó contra la armonía y la proporción.Poblet (Vimbodí, Tarragona)

El barroco pesó con voluntad de aplastar, con intención de apisonar, con un deseo obstinado de pisotear, con ganas de arrugar, moler y triturar todo lo que tenía debajo, con afán decidido de acabar con toda idea que no comulgara con el dogma de Trento.
Torre de la iglesia de San Bartolomé (Carmona)

Ayuntamiento de León

Las piedras barrocas, comprimen y deforman la armonía de la razón, despachurran y deterioran aquellas arquitecturas de la inteligencia que se levantaron con cálculo y tino.
 Catedral de Valladolid

El pedrusco barroco es un elemento extraño que pesa demasiado. 
Sin embargo, las piedras levitaron gracias a la música, la belleza de las armonías y contrapuntos barrocos consiguió que pudieramos resistir a tanto desaguisado trentino.

lunes, 16 de mayo de 2016

La cripta de la Colonia Güell de Antoni Gaudí

Si bien valoro el expresionismo de la casa Milà (La Pedrera) y el control del espacio interior del desván del colegio de las Teresianas, considero que la Cripta Güell es la mejor obra de Gaudí. Viendo aquel espacio, los detalles constructivos y sobre todo la expresión de su estructura no puedo dejar de recordar las clases resistencia de materiales y de cálculo de estructuras por procedimientos gráficos.
Me resulta dificilísimo opinar sobre la concepción del espacio que tenía este genial arquitecto y mucho menos emitir un juicio crítico sobre su arquitectura. El repertorio de formas de Gaudí parece que no se acaba nunca, su capacidad para la combinatoria de estas formas es un hecho insólito en la historia de la arquitectura. No puedo juzgar, me sobrepasa, me resulta imposible.
Evito opinar sobre el espacio y las formas gaudinianas. Siempre que hablo de Gaudí lo hago refiriéndome a la concepción estructural de su arquitectura. La estructura define el espacio arquitectónico y hablar de la obra de Gaudí es hablar de estructura, de cálculo -de cálculo gráfico, no analítico ni informático-, de sistemas vectoriales, de polígonos funiculares, de aplicación de fuerzas y de su traslación a la piedra; de estereotomía, es decir del corte de la piedra.
Al principio de mis estudios de arquitectura tuve el placer de encontrarme con profesores que aún nos enseñaban los antiguos métodos del cálculo gráfico. Dibujábamos las fuerzas, trazábamos polígonos funiculares para determinar la intensidad y el sentido de los empujes, dibujábamos polígonos de Stevin y sistemas de Cross para hallar las resultantes. Con estos métodos, siguiendo la dirección de las fuerzas dibujadas sobre el papel ya veías cómo iban a ser los pilares y las vigas. Digamos que las fuerzas iban determinando las formas.
Gaudí dibujó las fuerzas y construyó el espacio arquitectónico a la manera de la Edad Media, sus métodos de trabajo eran los propios de las arquitecturas anteriores al Renacimiento. Gaudí no hacía proyectos, Gaudí realizaba “actos arquitectónicos”. Gaudí no dibujaba un proyecto global, Gaudí dibujaba en obra, daba instrucciones de detalle a los operarios y a sus ayudantes, indicaba cómo debe construirse un determinado arco o un capialzado, pero no encontramos un dibujo general del edificio en su conjunto.
Gaudí calculaba las deformaciones de una estructura mediante maquetas de trapo y después hacía un modelo en yeso de un caso particular, de una bóveda parabólica, de un arco escarzano, y esto le servía para construir aquella bóveda parabólica o el arco.
Vivía en la obra, trazaba sobre el terreno, corregía detalles concretos. Gaudí procedía como lo hacían los arquitectos anteriores a Brunelleschi. Este proceder de Gaudí concuerda con su lenguaje arquitectónico. Son formas medievales y su puesta en obra la realiza según procedimientos medievales.
Gaudí, sin embargo, fue más allá del lenguaje medievalista y con la piedra expresó su pathos y su idea de Cataluña. Sus muros y cubiertas derivaron hacia el expresionismo, sutil a veces, como en la casa Milà, y brutalista, otras veces, como en algunos detalles del Park Güell.
En la Sagrada Familia, Gaudí expresa una idea de Cataluña, la que entronca con aquella épica fundacional propugnada por los románticos de la Renaixença. Pero, aun así, con el pedrusco medievalista, aspira a la modernidad europea.
Por otra parte, quiero destacar que la concepción arquitectónica de Gaudí surge de ámbitos ajenos a la arquitectura, quiero decir que Gaudí plantea un discurso arquitectónico que utiliza elementos que provienen de la religión, de la naturaleza, de su concepto de nación, pero en ningún caso se fundamenta en otras arquitecturas que le son contemporáneas. Esta idea hace que jamás caiga en el manierismo, jamás su arquitectura habla de arquitectura, sino que lo hace de la naturaleza y de su pathos personal, sólo así se alcanza una originalidad que otros, imitándolo, no podrán continuar.

viernes, 13 de mayo de 2016

La caponata



La caponata, (capunata en siciliano) viene a ser algo así como la sanfaina que degustamos en Cataluña o el pisto manchego, aunque menos tosca, algo mucho más civilizado.

La caponata es una mixtura de berenjenas troceadas, pimiento, apio y tomate frito a fuego lento y después añadiremos alcaparras y aceitunas.

Aunque no soy demasiado partidario de las comidas al aire libre, creo que la caponata debe saborearse a la intemperie, a resguardo del viento de siroco y procurando que no molesten los ruidos mecánicos. A ser posible, se comerá servida en plato plano de color blanco y con mantel sin dibujos, se pueden tolerar las cenefas geométricas no demasiado grandes, pero no los estampados, eso no, es completamente incompatible

Recuerdo unas placenteras comidas bajo un cielo sereno, inolvidables, por la suave brisa o por las vistas tranquilas de un mar encalmado, o por el aire perfumado que se filtraba entre los árboles. Memorables por el ambiente exterior a orillas del Duero, o mirando el mar de Torre Valentina, o en el vecino jardín de Vilamarí, donde los poetas se reúnen a cenar en la noche de San Juan, o, en fin, entre los olivos de Panagia Kerà en Creta, donde sirven una especie de kapunatta dispuesta sobre un tarugo de pan seco que resulta riquísima comida bajo los olivos. Por cierto, en Panagia Kerá, donde hay uno de los edificios más bonitos que he visto en mi vida, la probé y creo que aquella experiencia estética y gastronómica la recordaré siempre.

A pesar de estos buenos recuerdos a plein air, siempre he preferido comer en un comedor interior, con paredes pintadas con colores suaves, sin tapices ni barnices; en una sala con poca decoración, sin espejos ni elementos brillantes, donde lo único que brille sean las escamas de una lubina salvaje, la cubertería o las iridiscencias del aceite. Me gusta que la cristalería tenga la transparencia de un día ventoso de invierno y no refleje nada que no sean los comensales o lo que hay encima de la mesa.

En el exterior corremos más riesgo de que la cosa se estropee: una racha de viento que se lleve el aroma del rodaballo, un rayo de sol que neutralice el esplendor de una escarola bien aliñada, un nubarrón que oscurezca el color del vino de Borgoña o unos ramajes que con su movimiento puedan distraer el sabor punzante de una buena mostaza de Alsacia.
En todo caso, al aire libre o en un interior, es conveniente cuidar la mantelería y seleccionar la compañía, no vaya a ser que a algún comensal le dé por hablar de política, de futbol o de religión.