El
jazz es una música que nunca me ha llegado a interesar, entiendo muy poco de
esta música sincopada que goza del fervor de tantos aficionados y que tiene
unos intérpretes que son extraordinarios, son un puro prodigio, su expresión y
personalidad reluce en cada nota.
La
música americana nunca la he llegado a comprender, me he esforzado por penetrar
en el meollo de la obra de muchos compositores, ya sean norteamericanos,
caribeños o sudamericanos; ya sean compositores clásicos o de música de cine,
los primeros son unos pesados y los segundos son un pastiche de melodías edulcoradas.
Tampoco el jazz lo he acabado de entender y me sabe mal caer en esta
incomprensión, pues debo reconocer que me pierdo un goce que disfrutan muchos “escuchantes”.
Pero
no entiendo de jazz y poco puedo apreciar del swing y del blues, estas
canciones de los campos de algodón que tan bien interpretaron Robert Johnson,
Leabdelly o Charlie Patton.
El
ragetime está más cerca de la música
clásica, o por lo menos admirado por muchos de los músicos llamados clásicos. El
rage deriva del minueto o el vals
compuesto, se forma con secciones de 16 compases. Los Scott Joplin, Louis
Chauvin o Ton Turpin fueron grandes intérpretes de esta música que aún podría llegar
a entender, pero que no poseo la capacidad sensitiva para disfrutarla. Echo a
faltar el contrapunto, enseguida me canso con lo sincopado y ciertas piezas me
parecen susurros “ratoneros” que no sé a dónde apuntan.
No
conecto con el dixieland. Los saxos o
las cornetas de los Duke of Dixieland o Paul Mares, aunque hay que reconocer su
valía, me resultan gritones, propios de una música de festejo de quien ha
conseguido algunos billetes de dix
dollars.
El
cool jazz, como derivado del bebop, supone un puente con la música
clásica. Hay intentos, sí, asoma el hard
bop que pretende una forma europea con el magnífico Miles Davis Quintet:
John Coltrane, Cannonball Adderley, Red Garland, Philly Joe Jones, Paul
Chambers y Milt Jackson, pero esta experimentación pronto deriva hacia una
forma evolucionada de swing.
El
free jazz me puede interesar un poco
más; su atonalidad presenta un cierto parangón con la experimentación que
surgió a partir del dodecafonismo; Anthony Braxton, John Surman son una buena
alternativa.
Me
sabe mal, pero no consigo meterme en el meollo del jazz, esta música sincopada
y tan bien interpretada.