Faces (2019), Beatriz Olabarrieta
La pandemia y sobre todo las redes sociales han cambiado nuestras formas de relación personal. Con más o menos esfuerzo nos vamos adaptando.
De las tertulias de café y las discusiones en la barra del bar, hemos pasado a los whatsApps y al insulto precipitado de los tuiters.
Los medios técnicos actuales tienen un alcance muy amplio y permiten una difusión más abierta que la charla presencial en una cafetería. Ahora el insulto llega más lejos.
No creo que los medios técnicos hayan alterado demasiado los contenidos. Se mantienen las frases panfletarias, los prejuicios, los argumentos tabernarios, el exabrupto y las afirmaciones no contrastadas y se opina muy alegremente de lo que no se conoce.
Veo insultos en tuiter, vanidad y sensiblería en Facebook, engreimiento y fantasmagoría en los blogs. Echo a faltar la prudencia y la reflexión racional indispensable para criticar al gestor de la cosa pública, se le juzga sin analizar la complejidad del panorama social o económico.
Enseguida,
la incontinencia verbal se hace cómplice de la intolerancia. El calentón del
indignado se contagia y los que escuchan se calientan todavía más –con tanto
acaloramiento no me extraña que suba la temperatura del planeta–, estoy
convencido de que la duda sistemática, la reflexión, el rigor discursivo, el
silencio elocuente y las buenas maneras ayudarían a enfriar el planeta.