A partir de Mathias
Grunewald (1996). Nacho Criado
El
arte conceptual es un arte infectado, contiene un virus: el argumento.
Llamémosle
argumento o concepto, noción o idea, en cualquier caso, se trata de un virus
maligno que se introduce en la médula de la obra artística y allí actúa siguiendo
un proceso de descomposición.
Cuando
el concepto penetra en la sustancia del arte se replica, convirtiendo su
inmaterialidad en algo con apariencia real, pero que no deja de ser un concentrado
informe.
El
concepto es una hipóstasis que se agranda y acaba destruyendo la forma. Este es
su poder mortífero.
Es
la batalla entre el fondo y la forma que, en el caso del arte conceptual, el
primero vence y se sobrepone a la segunda.
Este
es el peligro del que nos hablaba Hegel cuando vaticinaba la muerte del arte. El
exceso de “idea” provoca la muerte del arte.
Al
desaparecer la forma, el arte se convierte en puro dato. Deviene una entelequia,
más o menos espectacular, que puede ser transcrita en una hoja de cálculo. Un
archivo de Excel con los datos detallados en las celdas, todo agrupadito sin
que exista la forma.
Dibujo de De Kooning
borrado. Robert Rauschenberg (1953)
A
la vista de la degradación del arte actual y, observando, además, cómo los
últimos estertores del arte conceptual se han convertido en una provocación sin
causa, podría plantearse un arte
conceptual al revés, un post-conceptual.
Un arte de las cosas concretas expresadas como conceptos universales.
Se
trata, en suma, de una recuperación de la forma y de restablecer el equilibrio
entre fondo y forma.