Muchos
edificios modernos se han visto afectados por esa patología llamada “síndrome
del edificio enfermo”. Se ha empleado el calificativo de “enfermo” al ver cómo
aparecían síntomas patológicos y enfermedades en sus usuarios, entre ellas:
lipoatrofias,
incremento de los procesos varicosos, asma inducido, alergias, legionella, etc.
Muchas
de estas afecciones vienen provocadas por el uso de ciertos materiales
sintéticos empleados en revestimientos, pavimentación o sellado de
instalaciones; otros son debidos a los sistemas de renovación de aire, a las
conducciones de fluidos, a las pinturas, aislamientos térmicos y acústicos y en
definitiva a un sinfín de causas, tantas como de efectos, muchos de ellos
perniciosos.
Opino
que la palma de todo se la llevan las deficientes e ineficaces
instalaciones de renovación de aire. Conductos sucios que tienen su superficie
interior de imposible limpieza, poca aportación de aire primario exterior,
ventanas clausuradas, fachadas herméticas, equipos de aire acondicionado mal
dimensionados, mezcla defectuosa de los aires viciados y los aires exteriores,
humidificación mal calculada, etc.
En
cuanto a los materiales, creo que deberíamos rechazar productos sintéticos cuya
eficacia no haya sido probada o los que acumulen electricidad estática. Desconfío
de muchos materiales de aislamiento acústico, sobre todo los de absorción acústica:
fibras de vidrio o fibras sintéticas o minerales mal compactadas, polímeros
poco estables, masillas no experimentadas, pinturas... Muchos
de estos materiales provocan alergias, migrañas y problemas respiratorios.
En
cuanto al diseño de los espacios, su geometría y sus dimensiones, el tema es mucho más complejo. Las
áreas de trabajo deberían estar proporcionadas respecto a las alturas, se
deberían racionalizar los recorridos y los espacios de circulación y sobre todo
no diseñar espacios que no tuvieran ventilación natural, directa y, si puede
ser, cruzada.
Otra
cuestión es la iluminación, los sistemas artificiales de confort lumínico, los
contrastes de luz, la iluminación natural cambiante, el asoleo, etc. todo esto
requiere páginas y páginas de explicación, que aquí no voy a desarrollar.
Los
niveles de complejidad son enormes, tanto en lo referido al proyecto como en la
ejecución. Por otra parte cabe decir que jamás habíamos exigido los niveles de
confort que exigimos ahora y jamás la tecnología había tenido que resolverlos. Ahora estamos ante de un reto, tecnológico, económico, de confort y de
masificación extraordinarios.
Hay
ejemplos de edificios enfermos como la torre Agbar, el edificio corporativo de Gas
Natural y también algún edificio público que no se menciona en los medios y que
además se ha sido presentado con una gran aparatosidad mediática y que contenían,
ya desde su proyecto inicial, el virus del “edificio enfermo” en su interior.
Conocidas
estas malas experiencias arquitectónicas, un sentimiento maligno me hace pensar que
quizás el “virus” anida en la vanidad del promotor o en la mentalidad del
diseñador.
Es significativo que estos edificios pertenezcan a corporaciones o compañías
de servicios a quienes pagamos nuestros recibos mensuales y que normalmente se
trata de edificios ostentosos donde se han empleado soluciones constructivas
lujosas y materiales de alta tecnología.
Sin embargo, tampoco
debemos ser reduccionistas y volver a los edificios de fábrica de ladrillo o de
piedra berroqueña, que están muy bien, pero que aquellas estructuras no
resolverían los problemas que ahora exigimos ¡Cuántos de aquellos edificios no
cumplen las normativas actuales! Los edificios de Gaudí y de Miguel Ángel o del
conspicuo y costumbrista “mestre d’obra” no permiten aparcamientos,
no permiten la inclusión de ascensores, no cumplen las condiciones de
accesibilidad, o no tienen el confort lumínico que hoy pedimos, etc.
Proyectar
y construir un edificio es muy difícil y resolverlo bien, todavía lo es más. En
definitiva, se trata de adaptarse, usar los materiales y el diseño con
racionalidad, corregir cuanto convenga y actuar con sentido común y dejarse de
farolear con florituras estructurales, con galimatías constructivos
innecesarios y procurar que el “virus” no te contamine el sentido común y el
cálculo.