A
diferencia de otras formas de expresión artística, la llamada música
contemporánea (atonal, postonal, aleatoria, espectralismo, minimal, serialismo…) presenta un optimismo poco contagioso.
Creo
que los compositores de música contemporánea son conscientes de su papel de
“cenicienta” en las artes y se hallan instalados en una pura especulación
estética que, lejos de todo aislamiento cultural, produce interesantísimos
ejemplos que, desde el punto de vista artístico, suponen un patrón intelectual
para otros artistas.
Hay,
sin embargo, en la música que se compone actualmente, una enorme dispersión de
lenguajes. Parece que cada compositor toma un sendero estético distinto sin intención de formalizar una estilística común.
A
mi modo de ver, la dispersión empezó con el experimentalismo de los años
setenta del siglo pasado, llevamos, pues, más de cuarenta años de dispersión.
Pero esta diseminación tiene algo de positivo, nos ha traído una apertura de
infinitos caminos de libertad.
Siento
un optimismo racional ante la postura de estos compositores que son capaces de
mantener un rigor en la búsqueda de lo nuevo sin caer en concesiones
populistas, sin sometimiento a la ordinariez sonora que nos invade y que
componen buscando las vías de diálogo que el radicalismo rompió, sí, que rompió solo por el mero hecho de poner patas arriba la tonalidad.
El
optimismo de la música contemporánea -la que hoy se compone- podría actuar de
revulsivo contra el pesimismo justificado que nos produce el arte actual.
Pero
no creo que este optimismo llegue a tener efecto, pues estamos hablando de un arte muy minoritario y además, para ello, debería
incidirse en la educación en la sensibilidad, cambiar los sistemas de
enseñanza, liberar prejuicios y cargarse de una vez toda esta pachanga sonora
que nos aturde.
Mientras
me lamento de la poca eficacia del optimismo compositivo, reflexionaré sobre la
dispersión musical: no buscaré fundamento en la dispersión, ni siquiera
escudriñaré su justificación. La dispersión es una cuestión de gusto.
Teniendo
en cuenta la diversidad de lenguajes que he comentado y consciente de la
riqueza de la dispersión, me atrevo a poner una breve referencia de estilos y compositores:
Postonal
Francisco Kröpfl, John Rahn, Milton Babbitt, Jonnathan
El Barouki, Elliott Schwartz, Daniel Godfrey, Allen Forte, Robert Morris, George
Perle, David Lewin.
Atonalidad libre
Atilio Adrían Matteucci, Jesse Ahmann.
Serialismo
Después de los dodecafónicos y serialistas clásicos como Schönberg,
Alban Berg y Anton Webern o de Olivier Messiaen y Luciano Berio; encontramos a Terry
Riley, Aldo Clementi, André
Boucourechliev, Alberto Ginastera, Boris Blacher, Wolfgang Fortner, Brian
Ferneyhough, Bruno Maderna, Ben Johnston,
Bill Hopkins, Arthur Berger, Camillo Togni, Cesar Guerra-Peixe, Ann Southam,
Donald Martino, Per Nørgård, Egon Wellesz, Heinz Holliger, Erik Bergman, Henri
Pousseur, Hermann Heiss, Charles Wuorinen, Virgil Thomson, Franco Donatoni y un
largo etc.
Espectralismo
Después de las experiencias iniciales de Iannis Xenakis
con su Metastasis de 1954, György Ligeti que en 1961 compuso Atmosphères, o de Stimmung
compuesta por Stockhausen en 1968; encontramos compositores extraordinarios que
han analizado el espectro sonoro sintetizando timbres y resonancias para
incorporarlas a la orquesta formando un verdadero cosmos de armonías
sorprendentes. Salvando toda la diversidad de lenguajes, ahí están los nórdicos
Kaija Saariaho y Magnus Lindberg, mi admirado Ola Gjeilo, los franceses Fabien Lévy, Thierry Blondeau, Jean-Luc
Hervé, Marc-André Dalbavie o Philippe Hurel; en Barcelona encontramos a Bernat
Vivancos.
Minimal
Ahí están mis admirados Terry Riley, Steve Reich y muy
especialmente Arvo Pärt; añadamos además algunos compositores como Brian Eno, Ludovico
Einaudi, Yann Tiersen o Michael Hoppé y otros más comerciales, pero de calidad
indudable como Philip Glass, Michael Nyman, Mike Oldfield o el belga Wim
Mertens.