La peste (1898) Arnold Böcklin
Adán y Eva (1909), de Faustino
Brughetti
Desde el neoclasicismo hasta la actualidad encontramos
diversos estilos artísticos o movimientos literarios intrascendentes que parecen
haber surgido de mentes o designios de mala traza.
Su discurso desvanecido es complaciente y muchas veces
acrítico. Suele ofrecer su estética al Estado, quien se cree poseedor del
significante y de la metáfora. El poder arrebata el discurso artístico.
Hemos visto cómo después de ciertos periodos de
racionalidad discursiva, aparecían formas de expresión que se sustentaban sobre
un lamento o que eran un sueño y nada más. ¿Qué son sino las formas del
simbolismo o del pintoresquismo?
Pero cuando los sueños se utilizan como espina dorsal de
un estilo artístico o literario, producen un discurso formal estólido, muchas
veces bobalicón o cuanto menos efímero.
No quiero opinar qué ocurre cuando los
sueños son utilizados como motor político. De esto ya saben demasiado los nacionalistas.
Todo sueño que no lleve consigo una concreción formal en
el caso del arte, o una concreción de programa en el caso de la política, está
condenado al fracaso.
Para reforzar los sueños, los artistas como si fueran políticos
recurren al discurso exaltado y a veces a la mentira o a la arenga. Mezclan una
estética pobre con una ética perversa y petrifican las ideas como si fueran
estatuas monolíticas de piedra berroqueña.
Cuando el arte se pone al servicio de los regímenes
totalitarios produce obras de monumentalidad granítica que acaba por cubrir
unas tumbas.
La pintura y sobretodo las esculturas lo decían todo, y
los artistas, aún siendo cultos, producían una obra mediocre al servicio de la
propaganda Estado, producían una obra que expresaba la fealdad de la incultura.
Hemos visto la fealdad de arquitecturas como el
Ministerio del Aire en Madrid, la Universidad Laboral de Gijón, el monstruoso
Valle de los Caídos o la iglesia de los Ángeles de la calle Balmes de
Barcelona, la obra de arquitectos como Luis de Moya, Víctor d’Ors, Rafael de
Aburto, Muñoz Monasterio y otros que se movieron entre el eclecticismo y la
monumentalidad.
Vistas así las cosas y la insignificancia de los sueños,
cabría plantearse una forma opuesta de soñar: olvidarse de ofertas al Estado,
detentar la metáfora, dejarse de sueños colectivos y de ensoñaciones
particulares, soñar en sentido inverso y aprender a crear un futuro-menor.