Cuando hablo de Richard Wagner con un italiano -mis amigos
de Recanati- o cualquier otro meridional, lo hago siempre con cierta
prevención. A ellos como a mí, inundados por la luz mediterránea, nos cuesta
adentrarnos en los bosques de las nieblas germánicas.
Sin embargo ahí va mi
opinión:
Los Maestros Cantores de Nürnberg es para mí la obra más
musical de Wagner.
La obra que más me gusta es Lohengrin. El preludio de esta ópera es prodigioso,
los pianísimos de las cuerdas resumen los sentimientos más elevados de la
sensibilidad humana. ¡Elsa, Elsa, cuán grande es esta música!
Me preguntan por qué me gusta tanto Tannhäuser. Alguien ha dicho que esta es la ópera
de los arquitectos. No lo sé muy bien, pero un amigo mío, arquitecto de
Girona, un poco pedante, me comentaba que el placer estético más grande que jamás
había sentido fue cuando estando en la casa Robert Evans de Longwood en
Virginia con una copa de bourbon en la mano escuchaba Tannhäuser. Me pareció un
ataque de snobismo y quizás pedantería, pero es igual, el caso es que la música
del Tannhäuser inunda espacios arquitectónicos. Ahí Wagner atendió a la
estructura musical más que al contenido y esto, es algo que para el compositor
podía haber sido un pecado de lesa mitología germánica.
Yo pienso, sin embargo, que la organización del material
sonoro y orquestal de Tannhäuser presenta unos rasgos similares a aquellas
obras de arquitectura clásica donde los espacios están estructurados según un
orden magnífico, bien compuesto. El ejemplo compositivo sería, salvando el
estilo, la grandiosidad la basílica de San Juan de Letrán. La materia musical
de Tannhäuser es un monumento perfecto donde las formas de la sensibilidad
quedan redondeadas.
Tristán e Isolda es, para mí, la ópera que anuncia el futuro de la estética
musical. Hay unas rupturas armónicas que sólo pueden ser creadas por uno de esos
artistas que nacen cada doscientos años, son de una belleza excepcional. El
segundo acto de Tristan und Isolde es estremecedor, la elevación lírica que Wagner consigue al comienzo del tercer
acto del Tristán es de una poética que inflama, de repente, la razón y los
sentidos ¡Poned atención en el llanto del oboe!
En cuanto a contenido o asunto literario, Tristán es una reflexión oscura sobre
el amor. Con esta densidad de ética romántica no se va a ninguna parte, son
acantilados nocturnos, lo admito, pero el desarrollo formal trasciende más allá
de las brumas.
En la Tetralogía, en fragmentos del Oro del Rhin, del Ocaso de los Dioses y,
sobre todo, de Siegfried encontramos una extraordinaria belleza. El genio de
Wagner es completo en la Tetralogía.
La Tetralogía en su conjunto, me apasiona, incluso Die Walküre.
Escucho Parsifal con una atención devota (palabra que no quiero usar ya que no
profeso la religión wagneriana). La audición del Parsifal siempre me ocupa un
mes entero. Escucho, repaso, pongo una atención total en cada fragmento y en
cada pasaje. Después de una audición tan atenta quedo estéticamente tocado por
una temporadita. Es una obra completísima, ante la que tengo una cierta
prevención dada su sacra obscuridad. He de manifestar que esta es la ópera de
Wagner que menos me gusta.
Creo que la polémica Wagner - Nietzsche se origina en el
segundo acto de Siegfried, este hecho no afecta aún al Ocaso de los Dioses pero
se manifiesta de forma negativa en la última ópera de Wagner, en su Parsifal.
El Holandés Errante es la pura descripción metafísica de las
nieblas románticas, las oscuras nieblas del Norte quedan expresadas con una
sutileza y fidelidad total y se expresan con una finura artística que se adentra
hasta el tuétano. Es como los Himnos de la Noche de Novalis.
Mis amigos de Recanati me dicen que de diálogo con la razón,
nada de nada.
Es magnífico apreciar como una obra artística elaborada a partir de la estética
romántica de exaltación de los sentimientos, llega a la cordura por la puerta
de su contenido filosófico. En esto radica la grandeza de Wagner.
Los amigos de Recanati continúan afirmando que de razón,
nada de nada.