La
obra de la Sagrada Familia de Gaudí es una construcción en proceso.
Se va levantando, el proceso continúa, aunque gran parte de la población esté en contra de que se edifique la obra.
Es un proceso que se construye sin permiso y sin que exista un proyecto global definido. Se edifica sobre una ilusión imaginada: aquello que algunos creen que el arquitecto tenía en la cabeza.
Es un proceso constructivo anacrónico, ilusionado y delirante. Hoy nadie cree en este tipo de construcciones y todos sabemos que sobre una ilusión es imposible la estabilidad de las cosas y de las casas. La resistencia de los materiales poco tiene que ver con los delirios.
La
Sagrada Familia fue la idea de un soñador y hoy es una admiración pastoril de
los hijos de una tierra que tienen las mejillas sonrosadas y que de vez en
cuando les gusta ir de excursión en autocar a visitar el “cap i casal” y
desplegar, si conviene, alguna pancarta.
La Sagrada Familia es una masa petrificada, una quimera, una alienación poblada de grutescos. Tiene la estética de un castillo encantado, de una mona de pascua o de una casita de la bruja. La Sagrada Familia es la ilusión de una épica nacional. Una mampostería de dragones medievales.
El
proceso edificatorio es un amontonamiento de piedras cuya idea espacial es
arrogante y envanecida. Siempre el poder, arrogante y envanecido, es quien decide cuándo y cómo deben
amontonarse las piedras y los que no mandan nada son los que acarrean los
pedruscos.
La
continuación de la obra de la Sagrada Familia es un “proceso” de autocomplacencia.
Su
construcción es irracional, se nutre de un ideal romántico, no sigue ningún ordo geometricus. Es un desorden de
masas, es el contenedor de una religiosidad trasnochada. Es un templo expiatorio que
se ha convertido en un icono turístico.
Es
una arquitectura de extremos místicos y de enajenación política.
La
arquitectura siempre ha sido el signo de los tiempos.
La
financiación del proceso constructivo requiere cuestaciones, aportaciones
voluntarias, asignaciones presupuestarias y el óbolo de muchos papanatas que
están dispuestos a pagar por un disparate o por el delirio de autocomplacencia
de un pueblo que se cree que es más que los demás.
La
Sagrada Familia es una arquitectura de tedio vital exacerbado, la muerte de
Sardanápolo o la lucha de Hernani. Ironía cínica en tiempos de
autocomplacencia, una mueca de sillares y engaño.