El esfuerzo por controlar la entrada de luz a los
espacios interiores de un edificio es una constante que se repite a lo largo
de la historia de la arquitectura.
Los arquitectos han puesto su empeño y sus
conocimientos técnicos para que la entrada de luz natural proporcionara el
máximo confort a quienes utilizaban los
edificios. Ha habido una búsqueda tenaz por dominar la luz y las sombras y, al
mismo tiempo, procurar que un exceso de transparencia no perjudicara la
intimidad de los usuarios. Un exceso de transparencia en los
espacios domésticos va contra el confort. Yo, sin embargo, agradezco la
transparencia cuando se trata de espacios públicos.
En mi opinión, la trasparencia deberá ser mayor que la de la oreja de un gato y como máximo, no deberá superar la del ala de una mariposa o el elitro de un escarabajo. Para controlar la transparencia se disponen visillos, cortinas, celosías o persianas.
Cuando hablo de control de la luz y de la oscuridad no me
refiero a los medios artificiales como lámparas, candiles, antorchas, quinqués, leds, halógenas, candelabros, etc. me refiero siempre a los
medios naturales, como ventanas, balcones, porches, celosías,
tragaluces, claraboyas, óculos, portillos, vitrales, troneras, cristaleras,
rosetones…
Detesto la opacidad del románico con estos muros de mampostería donde reverberan los sermones. Admiro
el afán estructural del gótico para dotar de más luz las naves de las catedrales.
Los vitrales y rosetones góticos son un prodigio que tamiza la luz en medio de
una escolástica de piedra.
Admiro el reparto equilibrado de luces y
sombras de la arquitectura clásica.
No me gusta el claroscuro que se produce en
los interiores barrocos.
Aborrezco la afición de los románticos por lo oscuro, por las ruinas y las
grutas. Junto a las ventanas de las casas románticas siempre hay algún doncel llorando por sus dedichas de amor, tiene, el jovencito, ansia de luz. Los rincones oscuros de los románticos se llenaban de polvo, en ellos podemos encontrar también alguna arpa polvorienta o una muñeca rota.
De los masones puedo admitir cierta
intimidad de sus logias, no así la intimidad forzada de los espacios sádicos.
No me gustan las sombras imaginadas de Giovanni Battista Piranesi (1720-1778)
Cárcel. Grabado. G.B. Piranesi
No me gusta nada la tétrica luz mortecina
de los interiores modernistas, son fríos y recargados. Ni el modernismo ni la Sezession prestaron atención al confort y a la luz, se preocuparon por el adorno, por los dragones y los elfos. Aquellos
arquitectos que se encandilaban con los nacionalismos, se interesaban por los
vitrales más como objeto artesanal que como elemento de control lumínico.
Admiro, aunque no siempre comparto, el anhelo
de transparencia utópica de los primeros racionalistas, Erich Mendelsohn (1887
- 1953) con su torre de Einstein, Bruno Julius Florian Taut (1880 - 1938)
–Pabellón de Cristal- y Max Taut (1884 - 1967). Todos ellos expresionistas.
Pabellón de Cristal. Arquitecto: Bruno Taut
Torre de Einstein. Arq. Erich Mendelsohn
Frank Lloyd
Wright
(1867-1959) puso un gran empeño en integrar su arquitectura al paisaje. Con
inteligencia llevó la luz a los espacios interiores, analizó la orientación de cada
habitación, las transparencias, las alturas de cada espacio, evitó los
cerramientos macizos para conseguir la correcta entrada de luz natural. Cabe decir, sin embargo, que algunas carpinterías provocaban unas sombras molestas sobre los que se sentaban en el sofá. El concepto de arquitectura orgánica y el dominio de la luz natural de Wright dejó una huella muy marcada en muchos de sus discípulos, buenos arquitectos, especialmente destaco a Robert
Mosher (1920 –2015).
Frank Lloyd Wright's Bachman Wilson House. Imagen cortesía de Tarantino Studio, 2013.
Creo que los arquitectos de la Bauhaus
solucionaron muy bien el control de la luz, aunque sus propuestas son válidas
en las latitudes septentrionales, pero fracasan cuando se aplican en los
edificios mediterráneos. Aquí preferimos la sombra de una parra. Las barbaridades siempre fracasan en el Mediterráneo.
Con el racionalismo, las fachadas dejaron de tener una función estructural. Liberando los cerramientos exteriores de la
estructura portante del edificio, los arquitectos consiguieron componer
fachadas con grandes vanos, ventanas corridas, utilizaron el brise-soleil, las celosías y los acristalamientos ligeros. Ahí están los
ejemplos de Le Corbusier (1887-1965), Alvar Aalto (1898-1976) o Josep Lluís
Sert (1902-1983). En mi opinión los tres han conseguido soluciones notables
de control de la luz y las trasparencias.
Aquella arquitectura bien proyectada que
controlaba la entrada de luz con medios naturales, utilizando sistemas pasivos como
una buena composición de cerramientos opacos y ventanales o con una óptima distribución
de tragaluces, va siendo sustituida por otra arquitectura bárbara y ostentosa, que confía más en los
sistemas artificiales de control lumínico. Esto supone un dispendio de energía
insostenible.
Koshino House. Tadao Ando
En nuestras ciudades han ido creciendo grandes edificios de oficinas que parecen levantados para satisfacer vanidades y que son la muestra de una opulencia insostenible. Las fachadas de estos edificios son muros cortina de vidrio y metal. La luz natural penetra en ellos inundando los espacios interiores y a pesar de ello vemos como la iluminación artificial se mantiene encendida casi las 24 horas del día. Esto es un despropósito dificilísimo de justificar, ¿por qué tanta transparencia, si no se aprovecha la luz natural?, ¿por qué tanto vidrio y tanto dispendio energético?, ¿de qué ha servido tanto esfuerzo constructivo para lograr la entrada de luz del sol? Sin lugar a dudas debo concluir que esto no es otra cosa que la arquitectura de la memez.
Tenemos
mucho que recorrer.