jueves, 30 de noviembre de 2017

Conocer al otro



El gabinete del Doctor Caligari. 
Robert Wiene, Hans Janowitz y Carl Mayer (1920)
 
Conocer a otros colegas, a otros profesionales, o a los clientes siempre me ha resultado enriquecedor. Tratar con ellos de temas objetivos me ha producido satisfacciones, he aprendido mucho de todos, sobre todo cuando hemos hablado de temas reales y concretos. Las conversaciones empíricas han sido siempre las más provechosas.

Aunque no siempre lo haya conseguido, he procurado no ir más allá de lo objetivo, no me gusta traspasar la frontera de lo personal ni entrar en intimidades. Rechazo la intimidad ajena, y si fuera posible también rechazaría la mía.

Conocer algún aspecto personal de otros colegas me ha decepcionado, no quiero que las familiaridades se entrometan en las relaciones profesionales.

Cuando un cliente me ha contado alguna forma de vivir su cotidianeidad, que por otra parte resulta casi indispensable para diseñar su espacio cotidiano, me ha resultado molesto. Afortunadamente he tenido muy pocos clientes particulares, en general mis clientes han sido entidades mercantiles o administrativas y en este sentido no he tenido problemas de excesos de confianza o de familiaridad.

Tengo amigos, muy buenos amigos, pero puedo asegurar que no tengo ningún amigo íntimo.

La decepción se acrecienta cuando he conocido la vida íntima de los artistas, he llegado a la conclusión que sus biografías estropean sus obras. Ni que decir tiene que de la vida personal de los escritores no quiero saber nada, no vaya a ser que deje de leer.

Me interesa lo objetivo, y cuando el conocimiento del prójimo empieza a desvelarme aspectos personales o íntimos del mismo, suelo poner los pies en polvorosa.

Hay profesiones cuya práctica está basada en las intimidades de los demás: psiquiatras, psicólogos… ¡Horror! Si a estos añado los embaucadores esotéricos como  echadores de cartas o  videntes, el panorama me desquicia.

Y me desquicia también que algunas organizaciones políticas hurguen en las intimidades personales para inscribirnos en una lista o en otra, me preocupa mucho que los gobernantes se interesen por conocer a los gobernados solo con el único fin de manipularlos y servirse de ellos.

Cuando el conocimiento del otro va más allá de lo objetivo, el peligro está servido. Las intimidades me producen una aversión latosa. Si pudiera, como he dicho antes, me gustaría rechazar hasta mi propia intimidad. Conocerse a sí mismo es algo funesto, en mi caso, corro el peligro de retirarme el saludo.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Tiempo de otoño

Otoño (1805-1806) Mariano Salvador Maella


Tiempo de otoño

En este otoño de ocres y latón,
añoro el abril que reverdece
y me traiciona la vulgar alegría
de la calle y el alba tardía
que mañana despertará con el rocío.

Son infieles los besos escasos
y la sonrisa urgente del vecino,
y es ingente el combate por la vida
donde he fornido mis pasos
con el arte y con la razón deseados.

Pero hoy, el aroma del crisantemo
mostrará la profundidad de la ceniza
y la luz rasante del ocaso
medirá la longitud de las sombras
que se proyectarán sobre las fachadas.

F.C.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Originalidad del arte y la singularidad de la naturaleza

La tempestad (1508)  Giorgione 

¿La naturaleza imita al arte o es al revés?

Esta pregunta es una trampa. Imitación y originalidad son entelequias románticas. Algo así como una cosa peor que un ideal patriótico, que también es una trampa y una entelequia.

Todo en la naturaleza es primigenio y sin intención de originalidad.

La naturaleza no tiene ninguna finalidad ni necesidad de plantear imitaciones y el arte sería muy poca cosa si se limitara a imitar una fuerza tan ciega.

En el arte hay muy pocas cosas que sean originales. Todo suele ser copia, y afortunadamente las grandes obras de arte son unas grandes copias.

Más que plantearnos el valor de la originalidad, deberíamos considerar los fines de lo natural y de lo artificioso. La finalidad del arte es la expresión de la belleza y la comunicación estética, y la finalidad de la naturaleza es algo naturalmente inexistente.

El arte es el espejo que permite aproximarnos cautelosamente a la belleza, ver su reflejo sin que nos petrifique con su mirada. La naturaleza es fuerza ciega y cuando se desata, se comporta como la mirada de la Gorgona, destrozándolo todo sin piedad, sin conseguir nada, sin perseguir ningún fin.

Han sido los artistas quienes han escrutado el orden primordial de la naturaleza, han planteado los preceptos de la noche y de las sílabas del futuro, también el progreso del fuego y nos han informado de la altura del vuelo de la alondra y estos hechos y estas presencias son así. De esta forma las entendemos porque el arte ha dibujado sus contenidos.

Nota.- He puesto la imagen de la "Tempesta", pintura de  Giorgione. Cuando vi esta obra me impresionó muchísimo, durante muchos días estuve pensando en ella, no podía sacarme de la cabeza este paisaje y estos personajes. Se han hecho muchos análisis sobre esta magnífica obra de arte, invito que cada uno haga el suyo.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Espacio transparente



 
El Crystal Palace diseñado por el jardinero Joseph Paxton (1803-1865) para la Gran Exposición Universal de Londres de 1851 fue un espacio público real, pero de concepción utópica. Su estructura de acero y sus cerramientos de cristal configuraban un volumen transparente, casi etéreo, ilusorio y artificial, algo así como las convenciones sociales que nos protegen de las inclemencias de la convivencia.

Paxton proyectó un espacio cerrado y cubierto desde el que se podía contemplar el espacio descubierto en toda su extensión urbana.

Aquella arquitectura de invernadero, síntesis arquitectónica de la Revolución Industrial, con sus cerramientos de cristal se convirtió en un símbolo de modernidad y su transparencia en un ideal de civilización.

Algunos espíritus progresistas admiraron la obra de Paxton y otros, la vilipendiaron. Dostoyevsky, este escritor que narra historias de criminales, aborrecía la armonía de la transparencia, en sus Memorias del subsuelo afirma que el ser humano "prefiere el caos y la destrucción antes que la armonía artificial que simboliza el palacio de cristal".
La transparencia se entendía como un triunfo de la razón y de la limpieza. Más tarde, limpiando también, habría de venir Adolf Loos con su afán de criminalizar el ornamento.

Heidegger en El origen de la obra de arte (1935-1937) afirma que el arquitecto debe producir un “esguince” en la textura del mundo y esto lo consiguió Joseph Paxton construyendo, como no se había hecho anteriormente, una limitación del espacio interior de la forma más sutil y efectiva gracias al acristalamiento de paredes y cubiertas. Creó un calvero, un claro en medio del bosque y de la totalidad, como ya lo había conseguido el templo griego donde naos y pronaos se rodeaban con una teoría de columnas creando un espacio de transición. La columnata es el “esguince” en la textura del mundo, donde el arte se muestra tal como es: un auténtico artificio.
Marx admiraba la obra de Joseph Paxton, al que consideraba el creador de un determinado tipo de nuevo espacio público: la transparencia.