Litografía. Manuel Rivera
Es cuestión
de esperar, si hoy no podemos medir la angustia o la amargura, puede llegar un
día en que mediante un procedimiento científico consigamos hacerlo. Así fue con
la medición de la fiebre o cómo llegamos a saber la cantidad de polen que
provoca alergia o picor de ojos.
La ciencia
no es solo una acumulación de datos, es también un método -el método
científico-, ahí está la deducción, la inducción completa, la lógica, la
estadística, etc.
El método
científico, en su desarrollo, va planteando un sinnúmero de preguntas que vamos
resolviendo gracias a la experimentación, el error, la corrección y la
reformulación. Somos tozudos y reflexionamos en cada respuesta.
También la
filosofía es tozuda y se ocupa de formular preguntas. No tiene sentido colocar en un
cajoncito la filosofía y en otro la ciencia.
Tanto en una como en la otra, la estética
forma parte de la especulación intelectual. La componente estética de una teoría científica
es un factor que los científicos no solo aplauden, sino que la consideran
indispensable para certificar la eficacia de su verdad. El pensamiento teórico (ciencia y filosofía) debe ser elegante.
La confrontación
de ideas es fructífera y la estética de sus planteamientos nos conducirá a
resultados positivos.
Es un juego
de paralelismos reflexivos y estéticos que suele llegar demasiado
tarde. Lo digo porque muy frecuentemente asistimos a especulaciones donde prima
más el espectáculo que la elegancia, por ejemplo, el bosón de Higgs, las teorías sobre los exoplanetas o gran parte de las investigaciones sobre la inteligencia artificial,
Falta mucha
elegancia. Creo que, en este aspecto, el arte y la razón se resienten.