Relieve con cuerdas (1963)
Antoni Tàpies
Las
razones que tenemos para desconfiar son diversas: sufrimos el mal negocio de la historia, asistimos
a la creciente limitación de la ambición teórica, contemplamos lo mezquinas y
caducas que son las empresas humanas y, así las cosas, el desasosiego se hace inevitable
y lo que sigue es la desconfianza en el pensamiento .
Esto no
es nuevo, el cansancio de la filosofía viene de antiguo, ya vimos cómo el sabio
parricida, por obra y desgracia, se convirtió en santo obediente.
La filosofía
también cansó a Luciano de Samósata y perdió el respeto por los filósofos. En
el siglo segundo ya decía cosas como estas:
Para que no me ocurriera lo que a
Ícaro, atrapé un buitre y un águila, le corté al águila el ala derecha y al
buitre la izquierda, y me las ajusté a los hombros. Tras varios intentos,
conseguí finalmente alzar el vuelo y alcanzar primero la Luna y después la sede
celeste de los dioses. Allí descubrí lo harto que está Zeus de los filósofos.
“Es un linaje -dijo- que no hace mucho ha aparecido en la Tierra, perezoso,
pendenciero, altivo, irascible, glotón, fatuo, lleno de humos y de soberbia, un
inútil peso en la Tierra. Divididos en escuelas maquinan todo tipo de
laberintos verbales y se hacen llamar estoicos, académicos, epicúreos,
peripatéticos y cosas aún más raras. Se endosan el venerable nombre de la
virtud, alzan las cejas, arrugan las frentes, se dejan crecer las barbas y dan
vueltas ocultando con sus falsos disfraces sus verdaderas costumbres. Se
parecen a los actores de tragedia: si se les quita la máscara y la túnica
bordada de oro, lo que aparece es un hombrecillo ridículo que cobra la función
a siete dracmas.
Icaromenipo
Luciano de Samósata
(125-181)