Anthony Caro (1924-2013). Slow movement
El lenguaje que
utilizan los medios de comunicación padece de afectación y amaneramiento. Lo comprobamos al leer los titulares de los periódicos y al escuchar las noticias
de radio y televisión. Esta circunstancia formal expresa un vacío de
contenidos.
A la escasez de
argumentos inteligentes se une la falta de rigor informativo y una proverbial voluntad
de espectáculo. Sospecho que estos defectos sirven para enmascarar una notoria
falta de ideas. No quiero pensar en la existencia de consignas o de intereses
opacos.
El fingimiento y la simulación se han asociado
históricamente a lo ilegítimo y a la mentira. El artificio y la presunción son el decorado de colores
estridentes de una representación frívola de la realidad.
En la
actualidad, lo políticamente correcto, la hipocresía, lo rebuscado y la abundancia
de eufemismos configuran un discurso donde se utilizan mal los tiempos
verbales, se abusa de los pronombres posesivos, se sustituye el adjetivo
sencillo por la prosopopeya, se evita la ironía inteligente y se sustituye el
humor inteligente por el chiste facilón.
Entre los
comunicadores, abunda el aspaviento y la gestualidad desproporcionada, habrían de saber que al
hablar, es de mala educación levantar las manos más arriba de la altura de los
hombros, jamás debe uno rascarse o mesarse el pelo mientras habla, el brazo y
el antebrazo nunca formaran un ángulo llano, tampoco debe uno desparramarse sobre el asiento ni apoyar el tobillo de una
pierna sobre la rodilla de la otra, etc.
La mojigatería, el melindre, la pedantería, el
esnobismo, la cursilería y la ñoñez acompañan a la incultura
de la que hacen gala un buen número de tertulianos, comunicadores y
gestores culturales.
Compruebo, además,
que el lenguaje de los medios de comunicación también
afecta a la literatura que se publica últimamente. El panorama literario y
artístico en general, también está afectado. Está hecho de autocomplacencia y demasiados autores se rascan o estiran los brazos con mala educación. Con esta gestualidad y con un discurso amanerado solamente puede producirse una literatura que no vale
absolutamente nada.
Mientras hace un
reconocimiento de su ignorancia y una cura de humildad, a más de un autor le
vendría bien callar y aprovechar el tiempo para leer. No está mal volver a
Petrarca, Ausiàs March, Cervantes, Turmeda o Virgilio.
En el menú del
panorama periodístico y literario hay demasiadas “patatas a la importancia”.