
En
la España de posguerra, en medio de una tremenda penuria económica,
el poder político de entonces decretaba el rechazo y la cancelación
de las vanguardias artísticas.
En
un ambiente de estrechez creativa, provocada por la censura, Eugenio
d’Ors se esforzaba por crear un ambiente artístico allegado al
Movimiento Nacional que incluyera a las vanguardias, pero éstas eran
incompatibles con los principios del nacional-catolicismo. El
esfuerzo de d’Ors chocaba frontalmente con las tesis de Ernesto
Giménez Caballero que, utilizando argumentos falangistas, teorizaba
sobre arte y literatura. Las vanguardias y sobre todo los artistas
iban resistiendo con tenacidad.
Como
afirma Andrés Trapiello en Las
armas y las letras: literatura y Guerra Civil (1936-1939: “Habían
ganado la guerra, pero habían perdido la historia de la literatura”.
En
aquellas décadas interminables de dictadura, encontramos la
vanguardia artística representada en diferentes movimientos
artísticos más o menos estructurados. A veces eran movimientos
efímeros, a veces sólo se trataba de una agrupación, un corro o
fracción de amigos o artistas que compartían un lenguaje formal o
algo similar. Se reunían de vez en cuando, cambiaban impresiones, se
mostraban sus obras entre sí y decidían alguna acción conjunta; a
partir de estas sentadas buscaban un nombre y formaban un grupo
artístico.
Escuela
de Doloriñas, ca. 1941. Julia Minguillón
En
aquel desierto cultural aparecían de vez en cuando espejismos y
algún oasis. El postismo, Dau al Set, El Paso, Pórtico, Los nuevos
prehistóricos, Gallot, Club Cobalto 49 y el esfuerzo entusiasta de
muchos creadores individuales que florecieron en aquellos oasis de
vegetación y, entre las palmeras, algunos
artistas supieron alzar su voz que se extendía desde la modernidad
hasta el arenal baldío de una España de cultura rancia y
trasnochada que detestaba cualquier signo de innovación.
Mosaico
1953. Manuel Millares
Las
artes plásticas, la escultura, la arquitectura, la música
eran formas de expresión autónomas que pugnaban por
avanzar. El esfuerzo de los artistas innovadores parecía una locura
controlada como la definía Carlos Edmundo de Ory.
En
efecto, era una locura que el poder se esforzaba por controlar, pero
las influencias europeas y el arte de vanguardia marcaban los
tiempos.
Los
artistas españoles recibieron las influencias musicales del
dodecafonismo de Alban Berg o de Schoenberg o del futurismo
arquitectónico de Sant’Elia. Ciertamente las influencias calaron
profundamente en las mentes de los artistas que respondieron con el
arte de la palabra, con los pinceles, con el cincel o con el
metrónomo y de una parte de la sociedad que lo aceptó, porque el tiempo
sigue "e la nave va".
No
pretendo entrar en demasiado detalle de la situación artística de la posguerra en España,
algunos lo han hecho mucho mejor de como lo pueda hacer yo. Lo
que pretendo es comparar la situación de entonces con el panorama
artístico actual. Esta comparación revela en primer lugar, el
contraste social y económico de los dos momentos históricos.
Al
arte de posguerra sólo le cabía un ascenso hacia la modernidad.
Salía de unos años de dolor y la creación artística expresaba el
lamento por la barbarie cometida, pero al mismo tiempo, se esforzaba
por recuperar la modernidad perdida, no había lugar para el juego o
la irresponsabilidad. Al arte de posguerra sólo le cabía ascender, una subida difícil pero natural, que había de seguir el orden de los tiempos.
Hoy
la situación es opuesta. Asistimos a los ataques del estado de
bienestar mientras el panorama artístico actual se menea en medio de
unas consignas sensibleras y el arte pulula entre el espectáculo
comercial y el juego para ociosos.
Donde
había la censura nacional-católica, ahora hay la censura de un
puritanismo de raíces anglosajonas. El lenguaje políticamente
correcto ha sustituido a la acción directa. El arte de posguerra
cuestionaba el poder y hoy, el arte actual en España, goza de unas
subvenciones como nunca había tenido.
Un
arte subvencionado es un arte dominado. La
censura ejercida por el poder durante la posguerra era una losa pesada que limitaba la
acción artística. Hoy, esta la losa es la autocensura que se impone sobre el
artista abducido por las consignas panfletarias y por el temor de
perder la subvención. Con la intromisión de la autocensura y el intervencionismo podemos decir que al arte le cae "la del pulpo".
Este
panorama de consignas, sensiblerías, autocensuras y subvenciones
hace que al arte actual se encuentre ante un futuro de miseria
creativa. Yo auguro una caída de unos setecientos años de
decrepitud artística.