Las voces exaltadas que, ante la puerta de los juzgados, reclaman justicia al paso de un detenido o de un reo, no son otra cosa que una reclamación de venganza. La exigencia de lavar con sangre, de represalia y de desquite, parece ser una tensión consustancial del individuo y, por extensión, de la comunidad humana.
Esta venganza clamada a voces, este griterío público cercano al linchamiento, es la pared maestra donde se sustenta el envigado de la civilización.
La sed de venganza es un sentimiento que tiene sus raíces hincadas en lo más profundo del hombre.
Tanto los clanes y las tribus primitivas, como las religiones todas, las antiguas sociedades o las modernas instituciones transnacionales han facilitado un sinnúmero de eufemismos para nombrar la innombrable venganza, y a este sentimiento ancestral le han llamado, derecho, justicia, fe, dios, amor, seguridad y protección.
La oferta de seguridad y protección sirvió al señor feudal para adueñarse de tierras, frutos, siervos y vírgenes. Ofreció a la miserable gente de gleba su castillo de muros almenados donde podrían protegerse en caso de contienda, trifulca esta, que por otra parte, el propio señor feudal provocaba. A cambio del arriendo de intramuros se adjudicaba el derecho de pernada y de la propiedad y el derecho sobre las tierras y la población. Con la aquiescencia de la iglesia administraba justicia, prebendas y sinecuras que no eran otra cosa que la innombrable venganza.
Más que en la posesión de la fuerza, el principio de autoridad reside en la capacidad para administrar la represalia y el desquite; reside en el talento y capacidad para decir de dónde viene el mal y determinar la dosis precisa de castigo (digo precisa y no justa) y de administrar, como es debido, la venganza acumulada que el poder dispone.
La administración de venganza no es privilegio exclusivo del poder en las sociedades feudales, vale para las antiguas comunidades de pastores, para ciudadanos libres, iguales y fraternos y para los individuos que habitamos en este corralillo global donde el espectáculo mediático confunde con eufemismos digitales el sentimiento de venganza que reside en lo más profundo de la misericordia de nuestro corazón.
Esta venganza clamada a voces, este griterío público cercano al linchamiento, es la pared maestra donde se sustenta el envigado de la civilización.
La sed de venganza es un sentimiento que tiene sus raíces hincadas en lo más profundo del hombre.
Tanto los clanes y las tribus primitivas, como las religiones todas, las antiguas sociedades o las modernas instituciones transnacionales han facilitado un sinnúmero de eufemismos para nombrar la innombrable venganza, y a este sentimiento ancestral le han llamado, derecho, justicia, fe, dios, amor, seguridad y protección.
La oferta de seguridad y protección sirvió al señor feudal para adueñarse de tierras, frutos, siervos y vírgenes. Ofreció a la miserable gente de gleba su castillo de muros almenados donde podrían protegerse en caso de contienda, trifulca esta, que por otra parte, el propio señor feudal provocaba. A cambio del arriendo de intramuros se adjudicaba el derecho de pernada y de la propiedad y el derecho sobre las tierras y la población. Con la aquiescencia de la iglesia administraba justicia, prebendas y sinecuras que no eran otra cosa que la innombrable venganza.
Más que en la posesión de la fuerza, el principio de autoridad reside en la capacidad para administrar la represalia y el desquite; reside en el talento y capacidad para decir de dónde viene el mal y determinar la dosis precisa de castigo (digo precisa y no justa) y de administrar, como es debido, la venganza acumulada que el poder dispone.
La administración de venganza no es privilegio exclusivo del poder en las sociedades feudales, vale para las antiguas comunidades de pastores, para ciudadanos libres, iguales y fraternos y para los individuos que habitamos en este corralillo global donde el espectáculo mediático confunde con eufemismos digitales el sentimiento de venganza que reside en lo más profundo de la misericordia de nuestro corazón.
¡Hola Francesc!
ResponderEliminarInteresante dilema.
Justicia, Venganza.
¿Quien puede hacer frente a ese poder justiciero, mezcla de usura y prepotencia
Solo aquel que ligero de equipaje gana mas que pierde.
Solo aquel que mira mas allá de lo puramente banal.
Solo aquel Loco y confundido Libertario.
Saludos de J.M. Ojeda
La venganza, arrinconada en la zona umbría de la humanidad, es usurpada por el Estado para, como dices, ser administrada en pequeñas dosis llamadas "justicia", mas no como antídoto sino, ante la incapacidad del sistémico aparato, cual letal veneno que emponzoña a la sociedad.
ResponderEliminarQuizá no esté lejos el retorno al ojo por ojo, sin más garante en su aplicación que el poder individual del hombre.
Dejadme la venganza, y dejadme la esperanza.
Un abrazo.
Francesc, "El envigado de la civilización" me parece muy apropiado. No hay que olvidar que Némesis es hija de la Necesidad, así como que al sentimiento moral, de la justicia y la equidad, le sigue como consecuencia fatal presidiendo el destino humano. Pero los gladiadores se encomendaban a ella. Los que iban a morir sabían que les había tocado "por administración". En un mundo globalizado no es posiblé escapar. No existe el exilio, como dijo Guy Debord.
ResponderEliminarUn abrazo
J.M.Ojeda, de hacer frente nada, tenemos todas las de perder. Más vale tomárselo con paciencia, resignación y que nos pille a todos con unos taquitos de jamón. Por descontado ligeros de equipaje, de esto no te arrepientes nunca.
ResponderEliminarJavier, claro que sí, el estado es el administrador de la venganza por excelencia y ahora con la globalización todavía más. El Talión está cada vez más cerca.
Guillermo, hasta que no salga, por las bocas de los cañones, bocadillos de jamón y queso y que, a la sazón, haya para todos, continuará la venganza, o sea que los administradores de la misma tienen faena para rato. No hay exilio posible.
Salud amigos