En diversas ocasiones he declarado mi admiración por la estatuaria griega, la arquitectura romana, el arte del Renacimiento y, en general, por todo el arte clásico.
Mi mirada se complace con el orden clásico, sus proporciones y su armonía. Admito, sin embargo, ciertas contradicciones románticas, principalmente musicales: Schumann, Schubert, Brahms o de Mendelssohn, que es el más clásico de los románticos. Muchas de estas contradicciones me han proporcionado momentos inolvidables de placer.
Puede parecer un contrasentido y me pregunto a qué se
debe que mi temperamento clásico y antirromántico admita tales contradicciones. La mente
humana es una maraña de paradojas y discordancias.
Relativizo las discordancias y me pregunto a qué se deben tales antinomias o contradicciones. Qué es lo que produce la grieta por donde penetra la viscosidad sentimental del romanticismo en mi mente.
Creo que la respuesta se halla en mi afán de
adjetivación.
Observo la realidad y, para entenderla,
pongo adjetivos, lo hago con cautela, procurando no caer en lo hiperbólico.
Sé que la mente humana es una amalgama de paradojas, rebatimientos,
incoherencias y renuncios y me empequeñezco ante la realidad. que también es paradójica e incoherente y que su dimensión enorme no cabe en mi cabeza pequeña.
La adjetivación es la vía por donde me entran las
benditas contradicciones románticas; he dicho “benditas”, he aquí otro
adjetivo.
Así pues, me declaro un individuo clásico que pone adjetivos.
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