La
índole humana sufre del mal de la pereza y la galbana y le cuesta mantener la
razón en vilo, esto requiere un esfuerzo considerable. Por este motivo y por
otros que se escapan, el ser humano confunde el espíritu racional con el
porvenir de una ilusión.
Cuando
esto ocurre, se cae en estados melancólicos o de amargura, de malestar y desengaño.
Entonces, más de un artista contempla su ombligo o se hace psicólogo de los
pinceles o del cincel. La psicología intenta adueñarse de la forma y entonces,
el artista y los críticos afectados dicen que la verdad está en el interior.
Unos hablan de verdades profundas y otros convocan sínodos para proclamar algún
dogma o nos invitan a asambleas para confundirnos con arcadias imaginadas,
donde las fresas serán más dulces y las madres tendrán más leche.
En
medio de las luces de neón, la crítica racional y sistemática brilla por su
ausencia y nos invade la amnesia. Ya no recordamos que el arte supo ganar en
nobleza y situar al hombre como centro de toda creación artística e intelectual
y que gracias a esto pudimos mirar la naturaleza con objetividad.
La
historia nos explica cómo, tras unos periodos de irracionalidad, siguen otros
en que la razón ofrece unos métodos precisos para que podamos medir la
naturaleza: la profundidad de la piel, la dureza de las rocas o el peso de un
pétalo de rosita de pitiminí. Sin recurrir a elucubraciones psicológicas
podemos saber qué hay dentro de cada uno. Las biopsias nos permiten saber cómo
es el interior del ser humano. Disponemos de instrumentos de medición precisos,
conocemos el método científico, incluso llegamos a entender aquello de la
Libertad, Igualdad, Fraternidad, el lema de la ilustración, pero tercos nos
obstinamos en caminar entre las nieblas espesas de la sinrazón y por este
motivo, el arte y la literatura se resienten.
Es que las drogas son muy malas, aunque las recete el médico. Y algunos se enfrentan a la tarea del arte y de la literatura (y de la política), atiborrados de psicofármacos, absentas varias y elevadas dosis de oxitocina, dopamina, adrenalina o, incluso, henchidos de discursos patrióticos que inflaman el ardor guerrero. Algunos tienen las musas en el hipotálamo o en las glándulas suprarrenales.
ResponderEliminarSaludos, Francesc.
Amigo Cayetano, hay un exceso de toxinas que contaminan la razón, unas recetadas por los médicos y otras suministradas por los medios de comunicación o fruto de la mala educación.
EliminarSaludos sabatinos
És possible que aquest art noble existeixi, pero no ens arribi?
ResponderEliminarAmic Puigcarbó l'art existeix i se'ns presenta sempre en tota la seva noblesa, si arriba o no arriba a la sensibilitat de cadescú, és una qüestió de cada espectador, allà ell amb la seva mesquinesa i que s'empassi la seva estupidesa.
EliminarSalut
Amic meu, afegeixo allò que he dit en el primer paràgraf: mandra i ganduleria i un caràcter mesell que el fa confondre la raó amb l'avenir d'una il·lusió.
EliminarSalut
Cierto. Al igual que en una mesa de billar, toda acción lleva a reacción, y el primer toque desencadena una serie de choques, hasta hacer entrar en el hoyo a aquella bola que estaba en un rincón, pensativa y sin que nada viniera a cuento.
ResponderEliminarUn abrazo
Amic Miquel, en los choques indeseables se puede o perder el sentido y, al final, perdida la razón, podemos caer en el hoyo.
EliminarAbrazos
Los periodos de razón y sin razón, elucubraciones sólo propias de la mente,se suceden en un vaivén cíclico que de momento el hombre ha sido incapaz de evitar.
ResponderEliminarAmiga Anna, arbitrariedades y atropellos que recorren a lo largo de la historia del arte. Todo es cíclico y por lo tando dando vueltas, sin que la razón, en el sentido ilustrado del término, acabe de asentarse. Hay mucha pereza.
EliminarSaludos