Busco entre los setos recortados y bajo las pérgolas una poética de sombras amables, la busco también en los cenadores que resguardan los chismes más civilizados.
Siempre me han gustado los jardines. El jardín es un "teatrino" de la naturaleza, es el paisaje cultivado. Su geometría es el dominio de la razón sobre la naturaleza inculta.
Amo el jardín mediterráneo, tanto el versallesco como el italiano. Unos y otros son un gozo ardiente.
Sé de jardines de más allá. Mi imaginación quería volar de los jardines de Boboli en Florencia a Samarcanda o a los jardines persas, quería seguir las huellas de Sheherazade, pero en aquellas tierras se detuvo el gozo imaginado, se detuvo ante la ostentación ruda de quienes dominaban y poseían el agua.
Siempre que mi pensamiento ha volado más allá de los límites de los olivos, la decepción me ha sumido en la tristeza de unos capiteles desproporcionados, de unas figuras barbudas y unos leones alados.
He querido saber de los jardines persas, para ello tomé una profesora particular para que me diera unas clases sobre aquellos jardines.
Miraba grabados y planos antiguos y cuanto más sabía de aquellos jardines, menos me gustaban.
Escribí mi libro "Jardí ardent", publicarlo fue una ilusión que contrastaba con la desilusión que sentía sobre los jardines persas.
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