Hochhausstadt (Ciudad Vertical). Arq. Ludwig Hilberseimer (1924)
Con la arquitectura no se arregla el estropicio del mundo.
Que no pretenda, el arquitecto, arreglar el panorama general. Lo que debe hacer es ocuparse de su arquitectura y proyectar soluciones constructivas bien resueltas, solidas, funcionales, confortables y bellas. Sin humedades, con buenos aislamientos térmicos y acústicos, obras que sean estables, sostenibles y de fácil mantenimiento.
Creer que con la arquitectura se puede apañar el mundo, es un forma de vanidad. Si el arquitecto hace bien su trabajo, puede enmendar, pulir, mejorar un poquito el panorama arquitectónico -sólo lo arquitectónico y poca cosa más- y con mucha imaginación podrá influir en el remiendo del panorama artístico.
Es la política y la economía, y en menor medida los artistas, los que determinan y conforman toda la sociedad. De la política dependen las decisiones sobre la construcción de la ciudad, sobre el urbanismo y sobre las ordenanzas de la edificación. Los arquitectos como técnicos podemos proponer y los políticos, como hacen a menudo, no escuchar y solo atender a sus intereses.
La política y la economía son las responsables y a la vez cómplices del aspecto formal de toda una sociedad. Pero cuando la política es corrupción y consecuencia de las decisiones de unos botarates elegidos por un pueblo inculto no podemos esperar ningún progreso arquitectónico ni de ningún otro tipo.
El panorama político general me produce una desesperanza terrible y me hace repetir aquello que he dicho demasiadas veces: creo que nos esperan setecientos años de miseria creativa.
Hablo de arquitectura y de miseria creativa, pero mucho me temo que haya otras miserias.
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