Cuando intento conocerme a mí mismo -algo que se me ocurre muy pocas veces- y si insisto y quiero transitar por mi interior, ya sé tengo que hacerlo con cautela y perfectamente armado hasta los dientes.
Desconfío. Sé que no hay nada más profundo que la piel. Estoy casi convencido que detrás de ella sólo hay la oscuridad de las radiografías o de las biopsias.
A pesar de la desconfianza, obstinadamente sigo, pues así lo recomendaban los clásicos y así lo grabaron en la piedra del pronaos del templo de Apolo en Delfos:
gnóthi seautón (conócete a ti mismo)
Sigo y para no tropezar, voy entrando a paso lento, más o menos como debían ser los pasos de François Couperin.
Siempre he creído que la interioridad es una cosa oscura que requiere prudencia, ¡Qué Metis me acompañe!
Voy armado hasta los dientes.

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