viernes, 22 de noviembre de 2024

Anton Bruckner

Anton Bruckner. Caricatura de Pablo Morales de los Ríos 


Parece que actualmente Anton Bruckner (1824-1896) no está muy de moda. Tiene detractores y es criticado por muchos que sólo conocen algunos compases de alguna de sus sinfonías y poca cosa más.

No es que yo sea un ferviente admirador de este compositor austríaco - que no lo soy- lo que ocurre es que cuando veo un cúmulo exagerado de críticas o de alabanzas sobre algún artista o sobre alguna obra, enseguida me pongo en guardia. Los cúmulos y aglomeraciones me hacen sospechar.

Me ocurre en los dos sentidos, tanto si son críticas positivas como si son negativas. Así me ocurrió con Gustav Mahler, entonces tampoco me sumé a la corriente de admiradores de la música de Mahler, que pareció que en algún momento, a todo el mundo le gustaba la música de aquel maniático compositor vienés. Gustaba incluso a un vicepresidente del gobierno y también a muchos que, después de ver la película "Muerte en Venecia", quedaron rendidos al adagietto evanescente y preciosista de su 5ª sinfonía.

Pues bien, ahora ocurre lo contrario con Anton Bruckner. Este compositor parece un proscrito. 

Relativizo las críticas negativas que se vierten sobre este músico del tardo-romanticismo y creo que la mejor manera de hacerlo es volver a escuchar su obra. Escucho su música para órgano -no me gusta casi nada-, escucho sus misas que ya me gustan un poco más; escucho sus sinfonías y ahí me encuentro con una ambivalencia de sensaciones, algunos compases los encuentro demasiado rimbombantes y otros me parecen de una magnífica creatividad. Hay de todo.

Bruckner decía:

Podría escribir como otros quieren, pero no me atrevo.


Escucho con atención su Sinfonía Romántica, la número 2, quizá la más popular. Creo que su título "Romántica" es adecuado. Debo decir, sin embargo, que a mí su romanticismo me entra a contrapelo; pero sigamos:

Comienza la sinfonía con los instrumentos de viento que se desarrollan de una forma rara, y lo hacen a través de unas tenues y relucientes notas de las cuerdas. En el segundo movimiento asistimos a una procesión lenta que parece el discurrir de unas ensoñaciones o, más bien diría, de unos elementos oníricos. Luego viene un scherzo que baja a galope de las alturas y luego se impone un imponente crescendo del finale.

Veo en esta sinfonía la ambivalencia que anotaba anteriormente. De un lado me parece que la sinfonía sugiere una especie de ternura terrenal y de otro, unos pasajes resplandecientes que aturden y paralizan, es como aquel personaje de Caspar David Friedrich que, al borde del acantilado, detenía sus pasos, para no caer al abismo.

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