Las piedras permanecen casi incólumes, sólo se aprecian unas breves lesiones provocadas por la razón malentendida: unos capiteles desorientados, columnatas equivocadas, capialzados ostentosos, vidrieras entre los arcos carpaneles... Blasones que no comprendieron la razón del humanismo.
Tiempo de calma y serenidad, una ondulación quieta por donde discurre la oscuridad de los días y las noches del esfuerzo.
¡Benditas calma y serenidad!
Un frío antiguo se instala en los edificios de siempre y en las plazas de la intransigencia. Y entre los muros, a posibilidad de reflexión queda prisionera.
Por las calles transita la juventud que pasó, todo quedó más allá del canto. Nada es diverso. Las fachadas son las postrimerías que garantizan la intolerancia y los deberes y la dignidad de las sabios. Etimologías que duermen en los scriptoria. Sobre ellos el peso de los blasones barrocos. El peso de la calma y la intransigencia.
Está lejos el mar antiguo, ahora aquí el frío es antiguo. Se cierran las palabras de la noche y el grito elemental se instala en la oquedad de la piedra caliza y la subvención.
