jueves, 27 de noviembre de 2025

Memoria del agua. El jardín persa



Baburnama  s. XV. Miniatura islámica


Allí, en el Paraíso Terrenal, en el Edén, entre los dos ríos, el humedal primigenio es la memoria de una inocencia que aún no conocía la agresión, las quijadas y los colmillos.

Era tierra fértil de vegetación ubérrima y sombras amables. 

Junto a las lagunas se mecían los juncos y crecía la melisa y el vetiver de raíz amarga. Una plétora de fragancias.

Una memoria de aguas cristalinas inunda los campos terrenales del Paraíso. Sólo es un recuerdo o una anotación en el libro de los libros.

Entre los dos ríos crecía el Árbol de la Ciencia, el musgo de tallo parenquimatoso y con ellos una estirpe de odios, venganzas y tentaciones. El Árbol del Bien y el Árbol del Mal. Y después la expulsión y la vergüenza.

Las aguas del humedal se secaban y Babilonia construía una torre muy alta en cuya base las gentes gritaban y no se entendían. La estirpe cainita quería tocar el cielo y perfeccionaba la barbarie.

El desierto iba ganando terreno. Se marchitaban el heliotropo, las lilas y los jazmines. Los cautivos traídos de más allá del desierto colgaban sus arpas en los sauces y lloraban junto a los ríos de Babilonia.

El polvo del desierto cubría los templos y calles de Nimrud y Sippar. Peleaban Susa, Samarra, Nippur y la vieja Ur.

El polvo y las disputas acababan con las lagunas y con los árboles que exudaban la resina del opoponax.

El rey ordenó al jardinero la recuperación de las flores y las aguas. Jardines colgantes y terrazas irrigadas donde pudiera florecer la magnolia y el muguete.

El agua era un anhelo y su posesión era una ostentación.

Los jardines persas siempre fueron anhelo y ostentación. Afán y búsqueda del Paraíso perdido y la recuperación de la memoria. 

Jardín cerrado, pairi-daeza, cruce de dos parterres trazados a escuadra y cartabón y en medio de todo ello el recuerdo del agua.


Nota.- Este texto lo escribí después de tomar unas clases con una profesora particular sobre los jardines persas. Después de aquellas clases llegué a la conclusión de que los jardines persas sólo eran una ostentación y un alarde de quien era el poseedor del agua y podía regar su jardín provocando la envidia del sediento. Definitivamente no me gustan nada los jardines persas.    


1 comentario:

  1. Poco he de decir, salvo aprender de tu acotación y recordar lo que nos deja Salomón en el comienzo de su Eclesiastes: Ohh vanidad de vanidades, todo es vanidad.

    PD: Recuerdo hablado contigo sobre estas clases.

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