miércoles, 27 de agosto de 2025

Leer en verano. Jean Racine


Suelo pasar los días de calor, tan desconectado como puedo, nada de ordenador, nada de internet, poquísima televisión; aprovecho para leer. Casi siempre son textos clásicos antiguos, autores del Siglo de las Luces, neoclásicos, moralistas y memorialistas.

Aunque un "pelín" romántico, me gusta leer los versos de Leopardi y algo de la escasa poesía italiana no romántica.

Más de un verano lo he pasado con Montesquieu, con Voltaire, con Diderot, con el Barón de Holbach o con Rousseau -que cuando lo leí por primera vez no me gustó nada y después cada vez me gusta menos.

Este verano, he acompañado mi desconexión con Jean Racine (1639-1699) -Fedra, Berenice, Ifigenia en Aulide...

Debo decir que me decidí por Racine después de escuchar Cantique de Jean Racine de Gabriel Fauré.

¡Qué bueno es el neoclasicismo de Racine!, es menos filosófico que Shakespeare y es menos original que Corneille, que no es que fuera demasiado original, tampoco Shakespeare lo era demasiado, pero a mí, esto de la originalidad es algo que me importa bien poco, con conocer el capitel dórico, la estatuaria griega y los clásicos greco-romanos me basta, ellos eran los verdaderos originales y lo dijeron casi todo y ya está.

Volviendo a mi Racine de verano, opino que en su obra no hay ninguna rareza, cosa que agradezco, lo que sí que hay es una buena literatura que expresa todo el abanico de las pasiones humanas, creo que nadie ha expresado mejor que Racine las cuitas del amor con todos sus matices, la ternura, la ingenuidad, el deseo, los arrebatos, el delirio, la pasión, la amargura, la melancolía y los estragos que todas estas cosas producen.

Racine también expresa con gran maestría los sentimientos del amor maternal, de la amistad y el cariño filial. Nos habla además de las ambiciones, de los engaños, de los odios y del celo religioso.

El hombre, para Racine, es juguete de sus propias pasiones -esclavo diría yo, "esclavo de sus pasiones" tal como dice Franco Battiato. La razón no le sirve al hombre, más que para constatar los estragos que la pasión ocasiona.

El lenguaje de Racine es admirable por su claridad y por su equilibrio y contención. Exige, eso sí, atención, como la exige la belleza y contemplación de las obras de arte, que requieren corazones madurados por la vida y afinados por el estudio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario