He estado unas semanas desconectado. Nada de interés. Nada de internet, nada de ordenador, sólo unas pocas comunicaciones con el telefonillo y nada más.
Me he enterado de muy pocas noticias, aun así, han sido demasiadas, pero tampoco me han incordiado mucho porque no me he creído nada de lo que decían. Estoy por asegurar que el calor favorece mi incredulidad.
He evitado todo lo rural, lo folclórico, lo pueblerino, lo tosco, la carne a la brasa, la mezcla de salsas, los batidos de frutas exóticas y el contacto con gente maleducada y gritona.
He contemplado como la brisa movía las hojas de los árboles que me regalaban su sombra. He evitado la sombra de las moreras y de las higueras, son árboles que atraen a los mosquitos, algo así como los populismos que atraen a los energúmenos que revolotean por ahí zumbando como moscones, con sus consignas y panfletos.
He evitado aglomeraciones.
He leído más ensayo que poesía, nada de literatura de ficción, ni cuentos ni novelas.
¡Cuánto me gustan los autores de la Ilustración!
He escuchado mucha música del repertorio clásico y romántico (Mozart, Beethoven, Mendelssohn, etc.), alguna ensoñación de Debussy. También de mi admiradísimo Mompou y bastante música contemporánea: Stockhausen, Boulez, Poulenc, Hindemith, Ligeti (escribiré alguna cosa sobre György Ligeti), Bofill, Feldman, Pärt, Pelēcis... Naturalmente he evitado la música de Britten y de Berlioz.
El paso de los días va mostrando las insignificancias conocidas de siempre, la inutilidad de la poesía sentimentaloide, el incordio del ruido mediático y la crueldad de muchos comentarios de la gente de los pueblos.
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