viernes, 22 de junio de 2012

Las grandes tempestades


Las cosas son un poco de eso y un poquito de lo otro, pero no mucho más.

¡Bah!, bagatelas sin importancia, la mayoría de ellas tampoco sin finalidad alguna. Son, al fin y al cabo, reductibles en sustancia a dos o tres deseos. Nada más.

Con el paso de los solsticios, vemos como estas pequeñeces han ido configurando una realidad que se menea al más mínimo airecillo que sopla o bambolea de aquí para allá con una brisa que nos llega a parecer una ventolera huracanada.

Cruzamos con rumbo incierto un océano proceloso. La nave va, sí, creyéndonos que navega a todo trapo, con la vela de la vanidad extendida, pero avanzando lentamente a la deriva como empujada por el ala de una gaviota y a merced del riesgo de tormentas.

6 comentarios:

  1. ¿Y qué otra cosa nos queda, Francesc, sino seguir avanzando, más por no pararnos y ser devorados que por alcanzar meta alguna?

    Un abrazo.

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    1. esos esoooooooooooooooo es mi mujer.............una gran tempestad........................

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  2. ...con la vela de la vanidad extendida...esta imagen bella resume tantas cosas, querido amigo, que no añado nada más, sólo que me he acordado, como no, de Fellini.
    Salud

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    1. Manuel amigo, es la vanidad lo que nos hace creer que nuestra nave avanza.
      Salud

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  3. Javier, seguiremos navegando por mares procelosos y nos creeremos que avanzamos.
    Salud

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  4. Miquel, sin dramatizar, las tempestades más próximas son las más conocidas.
    Salud

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