jueves, 10 de mayo de 2012

Bajo el sombrero de Rembrandt


                                                                               ......................................................................................Rembrandt. Autorretrato

Los siglos de la Edad Media sumergieron a Europa en un mar tenebroso y profundo  que inundó los paisajes y todas las formas de expresión humana. Solo unas pequeñas centellas, como puntitos de luz iluminaron los ambientes cerrados.

No fue hasta el trecento que nos alcanzó algún reflejo bizantino que Cimabue, Giotto o los artistas de la escuela de Siena supieron refractar. Fueron artistas meridionales que supieron lanzar su mirada al pasado clásico y consiguieron desvanecer las tinieblas medievales.

Con sus frescos y sus tablas iniciaron la recuperación de la razón y el orden, así como la fructífera lucha de Apolo y Dionisos.

Pero la luz que se bañaba las orillas del Mediterráneo, apenas traspasó los límites de los olivos.

En los territorios del norte, aquellas formas tenebrosas del románico y del gótico bárbaro y escolástico se retorcieron. La voluntad de arte se forjó en ambientes cerrados, a resguardo del frío, en ambientes que propician el hedonismo solitario y la reflexión sobre una apocalipsis amenazadora.

Los artistas flamencos, atormentados y abocados al desconcierto representaron los fantasmas que pululaban por los ambientes oscuros y pintaron cosmogonías con mensaje moralista.

Las  tablas del gótico tardío de Jan van Eyck nos muestran el mundo de las veladuras oscuras, retrata unos personajes pálidos que parecen ausentes y ensimismados.

Hieronymus Bosch con sus bestiarios, sus infiernos y jardines moralizantes nos explica como será la muerte colectiva del fin del mundo, la suprema muerte que a todos nos iguala y nos lo cuenta con un surrealismo delirante de figurillas y artefactos caprichosos.

Mientras en la Toscana se debatía la terza maniera, en Flandes, Breughel, con una enajenación cruel, intentaba superar a sus predecesores y nos mostraba una Torre de Babel dantesca y nos decía cómo iba a ser el Triunfo de la Muerte y cómo fue La caída de los ángeles rebeldes. Expresaba cómo será el gran desastre que acabará con todo.

No podía continuar así con tanta moralina, tanto apañamundos y tanta carga de moreda en los pinceles. La voluntad de arte debía liberarse de esta oscuridad y tuvo que llegar Rembrandt y explicar cómo es el mundo de las cosas y cómo es la vida de los pobres mortales.

Rembrandt cubrió con su sombrero el desconcierto, las imágenes apocalípticas y las amenazas morales. Quedó, sin embargo, la palidez que despintaba los rostros de los hombres y mujeres de los Países Bajos.

7 comentarios:

  1. Enhorabuena Françesc, es una clase magistral. Andaba uno, cuando he leído esta maravilla, con el Cúpido de Van Everdingen. Nací en Rotterdam, aunque sea una anécdota, es una sensibilidad especial la que tienen. No sé porque pienso en Spinoza.

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    1. Gracias Manuel, celebro que te guste esta elucubración jocosa que me he permitido sobre Rembrandt. Yo también pienso en Spinoza cuando veo a los personajes de los interiores holandeses tocados con sombrero negro.
      En cuanto a Cesar van Everdingen debo decirte que su obra me parece de un barroco demasiado fisiológico para ser contemplado tomando una tisana en un balneario, ja, ja, ja. No me hagas demasiado caso, cuando hablo de barrocos me expreso de forma demasiado incontenida.
      Salud

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    2. Sí, al muchacho le sale por los poros esa alegría burguesa, podríamos decir (con Trapiello) ubrérrima. Ese alegre vitalismo del comercio holandés tan dado también al lujo y el capricho científico. La palidez del personaje se sonroja y parafraseándote "la voluntad del arte debía liberarse".

      Saludos afectuosos.

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    1. Omar, coincido. Rembrandt es un faro que ilumina con la oscuridad de sus sombreros.
      Salud

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  3. Sigo imbuido con El Loco...Dalí apre-hendió de él sobremanera ¡ salut

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    1. De acuerdo Miquel, en la forma Dalí le debe mucho a Rembrandt y esto no debe ser malo. Estos dos pintores tocan de pies al suelo, aunque el ampurdanés no lo aparente demasiado.
      Salud

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