martes, 13 de septiembre de 2011

CITEREA

Ocell, insecte, constel·lació. Joan Miró

Desde lo alto del peñasco, quizás en días despejados podamos divisar Citerea, la isla de los sueños barrocos. Cuántos hubiesen vendido su libertad por llegar a la isla galante, donde Afrodita tiene su templo.

Citerea fue sueño de aristócratas de pelucas empolvadas y de haraganes que querían vivir con el espinazo tieso que, juntos, se embarcaron en la nave de Watteau rumbo a la libertad que creían encontrar en el paraíso insular de Citerea.

En realidad, querida urraca, lo que buscaban era el libertinaje. Buscaban encontrar la tierra de la promiscuidad.

- Chac, chac, chac, chac, chac.

- ¿Qué ocurre? ¿Cómo es que siempre hemos situado las utopías en las islas lejanas?

Son las islas de la razón donde se cumplen las ilusiones y que están rodeadas de aguas tenebrosas donde viven las sirenas. Por arribar a la isla estamos dispuestos incluso a embelesarnos con los melifluos cantos de las hijas de Aqueloo, ¡Insensatos!

Podrás embarcarte. Para llegar a Citerea deberás sortear riscos que apenas emergen peligrosamente junto a las orillas de la isla, pero que están ahí para impedirte que arribes a la costa. Cada vez que sortees un escollo y cada vez que salgas indemne de un canto de sirena se acrecentará tu delirio y tu afán por llegar a la isla. El viaje hacia la utopía se convertirá en una travesía donde la sinrazón irá en aumento.

- E la nave va.

- Sí, navegando sobre el mar tenebroso.

- Chac, chac, chac, chac, chac.

- ¿Tienes miedo, pájaro ladrón? ¿Te acobarda llegar a Citerea?

- Chac, chac, chac, chac, chac.

- Al llegar a la ínsula añorada, encontraremos peñascos calcinados por donde trepan las cabras, una tierra donde las abejas zumban entre arbustillos y pitas, donde no se encuentran los sueños salvadores y donde nuestras esperanzas quedan reducidas a algunas sombras bajo el mirabolano.

Ahora, desde lo alto del acantilado, oteando el horizonte, puede que nuestra única utopía sea el ardid, la trampa, la astucia, sea el afán que mentalmente nos lleva a Citerea, pues allí en la isla, la tierra es baldía; eso sí, desprovista de fronteras. Es tan pequeña.

de "El caminante y la urraca"

7 comentarios:

  1. Amigo Francesc, urracas y sirenas tienen en común el mal augurio mientras otros dicen que es signo de felicidad. He decidido no sucumbir a más encanto que el de tus letras.
    Buenas noches.

    ResponderEliminar
  2. Ay que las razones y las sinrazones mezcladas con argucia...

    Bueno, volveré mañana.

    ResponderEliminar
  3. Entre haraganes y gente que trabaja mucho la cosa está muy descompensada e injusta...

    Tal vez en un mundo utópico se alcanzable cierta armonía. Quién sabe!!!

    ResponderEliminar
  4. Querida Andri, si los haraganes se marcharan a una isla utópica, aquí nos quedaría un remanso de paz.
    Salud

    ResponderEliminar
  5. Amiga Loli Salvador, se dice que gracias a un cuidadoso adiestramiento, las urracas pueden llegar a hablar y se dice también que las sirenas cantan y que sus cantos seducen, embriagan y nos pueden llevar a la perdición. Menudos seres de mal augurio. Mi urraca solo dice: chac, chac, chac, chac, chac.
    Agradezco tu comentario, es halagador.
    Salud

    ResponderEliminar
  6. Por un momento me he trasasladado al Ionico (en Calabria, tierra de mí padre, se llama así el mar que baña sus costas), y he pensado en las pequeñas islas que surcan aquella zona...Salut

    ResponderEliminar
  7. Sí, Miquel, el Ionico uno de estos mares maditerráneos: "l'única pàtria que tots em comprés", como decía Salvador Espriu.

    Esto es el paraíso, más allá del límite de los olivos, todo es bárbaro.

    Salud

    ResponderEliminar