martes, 12 de abril de 2011

Ralea

Del libro
El caminante y la urraca


Dentro y fuera de la ciudad las peleas son constantes. Discusiones, gritos, chillerías y bataholas. Total un pandemónium, un cafarnaún, una olla de grillos, parece una concentración de rapaces gañendo.

- ¡Ay, urraca querida! Aún recuerdo aquel escándalo en el campo, donde te encontrabas enfrascada, graznando junto con tus congéneres. Había una vaca muerta, tendida sobre el barro y vosotras con vuestros picos negros no podíais romper su pellejo para acceder a las vísceras rosadas. Mientras, los cuervos iban directamente a los ojos y a la ubre flácida del cadáver. Las urracas graznabais estrepitosamente para atraer la atención de los buitres, para que acudieran y destriparan la vaca muerta y abrieran sus carnes. Sabíais que las grandes rapaces engullirían la carne y las tripas, pero dejarían, al menos, algún hueso para repasar y de ahí obtendríais alimento.

¡Cuán estudiado tenéis esto de sacar provecho de los cadáveres!

De hecho, todos somos de la misma ralea: el bípedo sin plumas y el pájaro de mal agüero.

El caso es rapiñar y aprovecharse de vivos y muertos. Unos directamente a los ojos, otros a las ubres o a chupar de la teta, unos parlotean para llamar la atención, otros destripan cuanto encuentran y meten el pico y la espada donde convenga para procurarse el sustento. Algunos, con más sutileza, también parlotean y echan discursos para conseguir que otros usen la espada o el machete y les mantengan con todo boato.

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