Creo
que Rousseau es una buena lectura para adolescentes que luego imperiosamente
deberán ejercitarse en las ciencias o en el arte de la esgrima.
J.J.
Rousseau asegura que el ser humano lleva la bondad en la masa de su sangre.
Dice que nacemos siendo buenos y que luego, la civilización nos hace malos. Somos salvajes al nacer, aún no conocemos la educación. El
buen salvaje es, según Rousseau, el ser primitivo que aún no ha conocido el
mal.
¡Ay,
amigos, los conceptos de bondad y maldad, cuán cuestionados están!, ya desde
antes del ingenuo Rousseau se cuestionaban. ¿No leyó, Rousseau, a los insignes
Cicerón, Séneca o Maquiavelo?
El buen salvaje no
existe, idiota. El buen salvaje, señor Rousseau,
aquel que viene de fábrica con la bondad impregnada en su corazón, no existe. Yo,
señor Rousseau, pienso más en los lobos.
Sea
lobo o cándida paloma, el animal que llevamos dentro hay que domesticarlo para
que podamos vivir juntos y de la domesticación se encarga la cultura. Cuanto
mejor y mayor sea la cultura de un individuo, menor será su grado de salvajismo.
El conocimiento y las leyes son los instrumentos que sirven para la doma.
Moderan, educan, pulen y hacen, en definitiva, que podamos vivir en paz.
Los
niños, antes de que conozcan la “civilización” ya se pelean por la pelota. En
su espíritu están el acomodo y la voluntad de poseer y si no consiguen lo que
quieren, gritan y patalean. La antropología nos ha mostrado cómo la violencia
forma parte de distintas formas de estructuras sociales y en algunos pueblos la
violencia está en la base de las relaciones familiares.
La
existencia de una bondad o espiritualidad originarias es una entelequia cuyo convencimiento
sirve para justificar no sé qué. No creo en las sustancias espirituales primigenias
y viendo las tropelías que comenten los buenos salvajes, sólo aspiro a tener la
espiritualidad de un zapato, con esto me conformo.
Me
resulta casi imposible suponer bondades innatas, no creo en lo que no veo, en
lo que lo que está en el interior, a no ser que aparezca un Buonarroti y haga
emerger la belleza del bloque de mármol, pero de Michelangelo nace uno cada mil
años.
No
espero nada del hombre y creo que si profundizáramos en su interior nos
encontraríamos con las mismas miserias de siempre. Me preocupa la preservación
de la belleza que el ser humano es capaz de crear gracias a su conocimiento
adquirido, mientras tanto continuo con este empirismo que me descubre cómo es
la naturaleza, aunque tampoco me fio de ella porque es inclemente como un dios
antiguo.
Rousseau
era un iluso humanista que cuando quería robar, robaba, y así lo manifiesta en
su Contrato Social, pues, según él, el hombre es bueno por naturaleza.
Mi pensamiento es similar al tuyo. tengo la creencia de que al hombre hay que atarlo corto.
ResponderEliminarHobbes se inclinaba en su Leviatán a decir que el hombre era un lobo para el hombre, pero tampoco es cierto, jamás el lobo depredó a sus congéneres, cosa que el hombre, por sus tres variantes sin orden ni distinción (sexo, poder , dinero), lo hace constantemente sin haber aprendido nada de generaciones pasadas.
Salut
Miquel, el hombre es un ser que consigue sobrevivir en la jungla de maldad insolente, es un ser inteligente, tanto, que es capaz de convivir con sus congéneres.
EliminarEs peleón de nacimiento y esto lo lleva consigo toda la vida.
Salud
Digamos que el ser humano nace, con sus cargas genéticas correspondientes, buenas y malas, y luego la sociedad se encarga de pervertirlo todavía más o de mejorarlo, dependiendo del caso y de la experiencia de cada uno. Genética y educación se mezclan en una coctelera y nos fabrican al adulto. Otra cosa es esa visión naif de la antropología del señor Rousseau, tan candorosa, simple e ingenua.
ResponderEliminarSaludos,amigo Francesc.
Sí Cayetano, el hombre nace con cargas genéticas y luego, a lo largo de la vida las descarga contra lo que se le pone por delante.
EliminarEl candor y la ingenuidad es cosa de ursulinas, también de J.J. Rousseau.
Abrazos