Limones . Miquel Villà i Bassols (1901-1988)
El negocio
editorial forma parte del engranaje económico general, esto no es ni malo ni
bueno, pero es algo que tiene muy poco que ver con la creatividad literaria.
Naturalmente la
difusión de la literatura necesita del soporte de la industria editorial, como
la arquitectura necesita de la industria inmobiliaria, y también casi todas las
otras formas de expresión artística, necesitan de unos correspondientes agentes
mercantiles o industriales, sin ellos, la creación de los artistas quedaría en
un cajón, unos papeles garabateados, unos croquis, unos bocetos... La cuestión
reside en que el impulsor (editor, promotor, gestor cultural, instituciones)
tenga la suficiente sensibilidad y cultura para apreciar e impulsar la buena
literatura o la buena obra de arte.
Ya sé que alguien
dirá que “a ver quién es el guapo que decide qué literatura es la buena”. En
esto juega un papel importantísimo la crítica, ésta debe ser ponderada,
entendida y no dejarse llevar por tópicos adocenados o por las estrategias del
marketing, aunque ya sabemos que muchas veces es la propia crítica quien crea
tópicos y estrategias. La crítica la deben ejercer individuos preparados,
sensibles, cultos y responsables. Y deben, los promotores, apostar por la
calidad.
Entre autores de
campañillas interesados por el relumbrón y editores que les interesa más su
cuenta de resultados que la buena literatura, encontramos a los gestores
culturales frívolos y a los responsables institucionales incultos, formando, todos
juntos, un circo mediático que da pena.
Con tanto
interesado y con la vanidad que no cesa, la literatura de calidad y otras
formas de expresión artística conscientes de su responsabilidad estética se
resienten, se marchitan en un erial y acaban muriendo. Fuera queda un teatro
artístico poblado de saltimbanquis culturales.
Tampoco cesa la
vanidad de muchos autores mediocres que se pasean ufanos con su jactancia y van
con el lirio en la mano, ciegos y felices. De su candidez y narcisismo se
aprovechan las editoriales que publican la obra al tiempo que les exigen una
contribución en la edición, ya sea en forma de dinero contante y sonante o ya
sea obligándoles a la compra de un buen número de ejemplares de lo publicado.
Una cantidad de libros tal, que con esto ya financian la edición.
Ocurre que el
autor ufano, cuando ve su nombre impreso en los papeles inicia un vuelo
gallináceo y empieza a planear por encima de los demás mortales. Naturalmente
autor y editor niegan el intercambio dinerario de la operación.
Pero no todo es
así. Ciertamente existen autores y que se esfuerzan y se expresan con
sensibilidad, son conscientes del valor del arte y producen una obra que es una
reflexión constante sobre la naturaleza y la realidad humana. Muchos de estos autores
permanecen en el anonimato o tienen, para mal de todos, una difusión escasa.Y existen editores serios y cultísimos que hacen de su labor un verdadero trabajo artístico coherente con la obra literaria.
Lo que estalla es
la traca, los fuegos de artificio y la pachanga mediática.