
Aunque usen los mismos
vocablos, sus discursos difieren. Renacimiento y Barroco utilizan los elementos de los órdenes clásicos, pero el
primero es contenido y mesurado y el segundo es impetuoso. Estilísticamente son contrapuestos.
Después del hermoso llanto
contenido de los manieristas, un nuevo martillazo golpeó la historia del arte.
La Contrarreforma a golpes de dogma arremetió contra el gusto por la mesura y
la razón.
Fruto de aquellos trancazos
apareció un arte que se diluía en el espacio. La curva y la contra-curva se
retorcían en las manos del artista. El Barroco, en el mejor de los casos, se
manifestó con preludios, fugas, zarabandas y gigas; con un refinado contrapunto
y con unas suites luminosas, pero a la sombra de aquellas músicas excelsas, el
tenebrismo y las formas mórbidas revelaban una retórica dogmática o cuanto
menos almibarada. Adornos criminales se mezclaban con los venenos de palacio,
mientras las intrigas y las conspiraciones se disolvían en tapices y volutas.
La imprecisión, la desmesura
y la ruptura del equilibrio acompañaban al artista barroco, éste se dedicaba a
especular de espaldas a la realidad humana. Un reblandecimiento empalagoso
saturó las artes plásticas mientras el espíritu barroco se debatía entre el
cartón piedra y las pelucas apolilladas.
Gracias a la música, como siempre, pudimos salvarnos de aquellos perigallos.
Gracias a la música, como siempre, pudimos salvarnos de aquellos perigallos.