Una gran cantidad de las literaturas que conocemos están llenas de bagatelas, de un sinnúmero de cosillas insignificantes. Se presentan como fachadas bien compuestas pero detrás de ellas encontramos estancias vacías o destartaladas.
Autores aficionados al placer solitario del formalismo suelen disponer sobre el papel una batería de caprichos y frivolidades delirantes que van colocando con más o menos equilibrio, cual si de un castillo de naipes se tratara. Son construcciones efímeras que con un suave vientecillo se vienen abajo. Sin embargo, tampoco hay que temer demasiado, pues las exigencias son pocas y los vientos no soplan con la frecuencia necesaria para ventilar el panorama.
Ocurre sin embargo, en contadas ocasiones, y ahí está nuestra esperanza, que un autor inteligente, una persona con sensibilidad, sin miedo al ridículo y sin apego a las modas remueve las aspas del molino y el castillo se derriba y los naipes vuelan por los aires.
Mientras tanto y a la espera de la llegada del agitador de aspas, la literatura que se produce y se edita por estos andurriales presenta una gran cantidad de tópicos insustanciales, frases hechas, lemas publicitarios pueriles, opiniones fútiles, palabras hueras y anodinas y otras zarandajas insignificantes que sólo persiguen amplificar inútilmente un pensamiento trivial alejado de la realidad y pretenden, con un exceso de verborrea, intervenir sobre el gusto del lector.
Autores aficionados al placer solitario del formalismo suelen disponer sobre el papel una batería de caprichos y frivolidades delirantes que van colocando con más o menos equilibrio, cual si de un castillo de naipes se tratara. Son construcciones efímeras que con un suave vientecillo se vienen abajo. Sin embargo, tampoco hay que temer demasiado, pues las exigencias son pocas y los vientos no soplan con la frecuencia necesaria para ventilar el panorama.
Ocurre sin embargo, en contadas ocasiones, y ahí está nuestra esperanza, que un autor inteligente, una persona con sensibilidad, sin miedo al ridículo y sin apego a las modas remueve las aspas del molino y el castillo se derriba y los naipes vuelan por los aires.
Mientras tanto y a la espera de la llegada del agitador de aspas, la literatura que se produce y se edita por estos andurriales presenta una gran cantidad de tópicos insustanciales, frases hechas, lemas publicitarios pueriles, opiniones fútiles, palabras hueras y anodinas y otras zarandajas insignificantes que sólo persiguen amplificar inútilmente un pensamiento trivial alejado de la realidad y pretenden, con un exceso de verborrea, intervenir sobre el gusto del lector.
el triángulo de kandinsky.
ResponderEliminarla de mierda que hay que oír, para poder escuchar algo intresante.
salud.
Kynicos, y además lo venden, y hay gente que lo compra.
ResponderEliminarSalud
Exacta descripción de la banalidad envuelta en celofán. Pensamiento líquido (Baumant dixit)que se desliza por las alcantarillas.
ResponderEliminarAmaltea, papel de celofán que envuelve caramelos muy endulzados. Sí, es la cuestión de la modernidad líquida, hacerse una identidad flexible aunque no se diga nada, usando un exceso de materia verbal que nunca parezca suficiente.
ResponderEliminarSalud.
El agitador de aspas ya llegó hace tiempo. Se llama Homero. Y su gran obra, ya sabes cuál fue: el diccionario.
ResponderEliminarTodo lo demás... tiene nuestra misma altura.
Meras bagatelas....El dedo en la llaga, Francesc.
ResponderEliminarUn abrazo.
Abraham, coincido. Homero le dio vueltas al molino con su diccionario épico de nuestros males, de nuestros viajes y de sus dioses inclementes (como todos).
ResponderEliminarConcédeme, amigo Abraham, algún otro agitador: Dante y Horacio y casi ninguno más.
Salud
Amigo Eusebio, ya ves, pequeñas insificancias y todos lo sabemos.
ResponderEliminarSalud