domingo, 31 de mayo de 2020

Con la razón y sin ella


Aspiramos a la racionalidad. Queremos que la razón impere en los actos sociales y colectivos. Así lo aprendimos en la escuela. Nos dijeron que todos nosotros, guapos y feos, éramos animales racionales, que el ser humano era el único animal racional del mundo.

Vivir creyendo en la racionalidad del ser humano produce una zozobra inmensa, ya que nada de nuestro entorno es racional, y así, con esta contradicción, tenemos que ir pasando los días, entre la irracionalidad de la naturaleza y la racionalidad que creemos instalada en nuestro cerebro.

La Naturaleza es irracional, la historia es irracional, la política es irracional y las relaciones entre los hombres y las mujeres que viven en este mundo, también los son, van del amor al odio, al rencor y a la consiguiente venganza. Caemos en la pasión desenfrenada, en la irracionalidad del amor y sufrimos con todo ello.

Se suceden hazañas tremendas de guerra y paz que cuestionan la razón del animal racional y miles de personas mueren.

Todo parece depender del azar mientras el error continuado va determinando la evolución.

La realidad es manicomial, casi siempre esperpéntica, y en medio de todo esto las contradicciones determinan el alma del ser humano.

Las grietas de la razón son grandes y las de la sinrazón todavía lo son más grandes y profundas, y en el espacio que queda entre grieta y grieta aparece alguna expresión contradictoria que nos roba el corazón, la música de Schubert o de Bach, algún verso de la Commedia y la ‘terribilità’ de Miguel Ángel.

¿Qué hay de la razón poética? ¿Qué sentido tiene el cuadrado negro de Malévich o el urinario de Duchamp?

Algunas obras de arte que apelan a la razón –Schönberg, Mies van der Rohe, Mondrian- nos pueden hacer pensar en un dios sumamente injusto. Otras, románticas al fin, se regodean en un paraíso de tinieblas donde el único dios que vive en él es la arbitrariedad y lo estrambótico.

Y así, con la razón instalada, pendoneamos por la senda manicomial de la sinrazón.  

domingo, 24 de mayo de 2020

Pesos y medidas


La cabeza de un individuo pesa,
más o menos, ocho quilos,
que es el peso aproximado de un buitre.

Todo aquel que tenga capacidad de pensar
debe soportar el lastre de su testa,
incluso los intelectuales existencialistas han de aguantarlo.

Los huesos de la cabeza protegen
el órgano más pesado del cuerpo humano, el cerebro,
que pesa igual que un ladrillo macizo.

El peso y las medidas de un cuerpo generoso
no son distintos a las de un criminal.
Los dos están cubiertos por una capa de piel que pesa once quilos.

La lengua, por afilada que esté,
mide tres veces menos que una cotorra.
Lengua y cotorra articulan voces aladas y canciones de despedida.

El amor no precisa la fuerza del motor de sangre
para mover el sol y las demás estrellas.
El esfuerzo sanguíneo y la práctica del amor hacen sudar.

Aún no se ha podido pesar el alma,
hay, sin embargo, quien asegura que pesa veintiún gramos,
tampoco sabemos dónde se aloja, si en la cabeza o en los pies.

No hemos podido medir la dimensión del odio,
sólo conocemos sus efectos y las calamidades
que produce, que a menudo se resuelven a navajazos.

Las teorías fisionómicas no han conseguido esclarecer
de qué manera los mapas del rostro expresan
el engaño inconmensurable de una mirada.

Conocemos la capacidad de la vesícula biliar,
pero no sabemos dónde se halla la bilis negra
que provoca tristeza y mal genio.

Todo es bastante desconocido,
el comportamiento de un virus y el peso del llanto.
Pero sabemos de la infinitud de la estupidez humana.

Debemos diseñar instrumentos de precisión
para continuar pesando y midiendo
y poder conocer la dimensión de los cuerpos y las cosas.

F.C.