jueves, 8 de septiembre de 2011

Escila y Caribdis

Dofí. Dibujo F.Cornadó

Petrarca ya advirtió del peligro, decía que entre Escila y Caribdis había perdido sus dos bienes: el arte y la razón. A veces son turbulentas las aguas del estrecho de Mesina.

El arte y la razón navegan entre Escila y Caribdis y no sabemos cual es el rumbo.

¿Hasta donde llega la razón? ... ¿Y cuáles son los límites del arte?

La nave fletada con cargamentos tan delicados debe sortear los escollos y preservarse del canto de las Sirenas.

La creación artística debe liberarse de cargas pesadas, de futilidades y banalidades, de monsergas, pamplinas, farsas y pataratas. El arte, como expresión de la existencia humana, debe liberarse de todo lo superfluo y, sin ninguna carga pesada, debe expresarse sin limitaciones y atravesar el fatídico estrecho.

Sin embargo, desnudar irracionalmente la forma artística, sin intervención en los contenidos, tiene un peligro: podemos acabar haciendo un arte empobrecido y no llegar a nada, eliminando así toda forma de expresión. Esto no es el Less is more que postulaba Wright, esto es el minimal art caprichoso que anda recargado de vaciedad. Es un barroco de silencios.

Es peligroso que se confunda gravedad con austeridad cartujana. Es peligrosa la negación total de la forma.

La expresión de la esencia íntima de las cosas es desnuda y al mismo tiempo rica como la luz de una vida joven que nos deslumbra. Como la Beatrice del Ponte Vecchio.

El riesgo es que la sensiblería aniquile la vitalidad de nuestro mundo antiguo y que la racionalidad de nuestra cultura clásica quede anulada y que todo se convierta en tristeza. La sensiblería empobrece la mente. Empobrece el arte y la razón.

Cuando de la realidad en sustrae la forma, todo queda reducido a un puro dato estadístico.

El puro dato es lo que manejan tan bien los idiotas del dolor.

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