Por el bosque de Elena corre un arroyo rápido de aguas cristalinas que deja ver un fondo de cantos rodados negros.
Nadando por estas aguas de oscuro lecho debió ver Schubert aquella trucha (Die Forelle) que saltando le inspiró.
In einem Bächlein Helle,
Da schoß in Froh Eil '
Die launische Forelle
Es un bosque de masas arbóreas compactas. Las copas de los árboles se acumulan formando volúmenes de verdes variados. Los sauces rellenan los estratos bajos, por encima de las copas inmediatas asoman robles y encinas que dan una compacidad grasa, abundante y exuberante a la naturaleza y, más encima aún, apuntan los abetos y las coníferas más frondosas que, con sus ramitas más altas, dibujan caligrafías inciertas sobre un fondo de azul confuso.
Así es el cielo del bosque de Elena: incierto y confuso, capaz de despertar los sentimientos que cayeron en el sueño de la razón y se disponen a navegar por el mar de las tinieblas.
Este deseo de huída, estoy seguro, lo produce el paisaje romántico.
Otros artistas más exaltados que Schubert habrían visto en el bosque de Elena elfos, gnomos, ninfas, sátiros y duendes. El músico, más contenido, le bastó con el pez saltarín y no le fue necesario adentrarse en mundos fantásticos.
Los senderos y caminos del bosque tienen una pendiente suave, son de tierra oscura, de feldespato gris de láminas brillantes que refleja los rayos del sol que se filtran entre la espesura. Ni el rumor del viento, ni el movimiento de las hojas apagan el sonido cristalino del agua. Puedes sentarte en alguna roca para escuchar la canción del arroyo y, cerrando los ojos, sentir las notas de Die Forelle y disfrutar de esta canción siempre que no sea cantada por el intolerante Dietrich Fischer-Dieskau.
Al atardecer, el bosque de Elena tiene la oscuridad de los himnos de la noche. Me refiero al paisaje interior de Novalis. La noche del mar oscuro, aquella que produce el sueño de la razón, aquella que es trágica y mefistofélica. Sumido en la oscuridad no puedo dejar de comparar este jardín de lujuria "tedesca", que dirían el italianos desplazados, con nuestros ribazos de luz meridional, con el Empordanet de Josep Pla, de suaves laderas; con el claro país de Jacques Brel, de luminosas orillas; con los versos de Horacio o Virgilio, donde todo es medida y, por fin, con nuestro Mediterráneo que es la única patria que todos hemos comprendido.
Nadando por estas aguas de oscuro lecho debió ver Schubert aquella trucha (Die Forelle) que saltando le inspiró.
In einem Bächlein Helle,
Da schoß in Froh Eil '
Die launische Forelle
Quinteto La Trucha
Franz Schubert
D 550/op. 32/1817
D550, vierte Fassung / erschienen 1820
Christian Friedrich Daniel Schubart
D 550/op. 32/1817
D550, vierte Fassung / erschienen 1820
Christian Friedrich Daniel Schubart
Es un bosque de masas arbóreas compactas. Las copas de los árboles se acumulan formando volúmenes de verdes variados. Los sauces rellenan los estratos bajos, por encima de las copas inmediatas asoman robles y encinas que dan una compacidad grasa, abundante y exuberante a la naturaleza y, más encima aún, apuntan los abetos y las coníferas más frondosas que, con sus ramitas más altas, dibujan caligrafías inciertas sobre un fondo de azul confuso.
Así es el cielo del bosque de Elena: incierto y confuso, capaz de despertar los sentimientos que cayeron en el sueño de la razón y se disponen a navegar por el mar de las tinieblas.
Este deseo de huída, estoy seguro, lo produce el paisaje romántico.
Otros artistas más exaltados que Schubert habrían visto en el bosque de Elena elfos, gnomos, ninfas, sátiros y duendes. El músico, más contenido, le bastó con el pez saltarín y no le fue necesario adentrarse en mundos fantásticos.
Los senderos y caminos del bosque tienen una pendiente suave, son de tierra oscura, de feldespato gris de láminas brillantes que refleja los rayos del sol que se filtran entre la espesura. Ni el rumor del viento, ni el movimiento de las hojas apagan el sonido cristalino del agua. Puedes sentarte en alguna roca para escuchar la canción del arroyo y, cerrando los ojos, sentir las notas de Die Forelle y disfrutar de esta canción siempre que no sea cantada por el intolerante Dietrich Fischer-Dieskau.
Al atardecer, el bosque de Elena tiene la oscuridad de los himnos de la noche. Me refiero al paisaje interior de Novalis. La noche del mar oscuro, aquella que produce el sueño de la razón, aquella que es trágica y mefistofélica. Sumido en la oscuridad no puedo dejar de comparar este jardín de lujuria "tedesca", que dirían el italianos desplazados, con nuestros ribazos de luz meridional, con el Empordanet de Josep Pla, de suaves laderas; con el claro país de Jacques Brel, de luminosas orillas; con los versos de Horacio o Virgilio, donde todo es medida y, por fin, con nuestro Mediterráneo que es la única patria que todos hemos comprendido.
Eres un observador universal, alguien que no pasa raseros sobre las cosas, sino que las entendiente a su manera, la expresa y pone a cuento aquello de 'mira, hay más que estrellas en el cielo'
ResponderEliminar¿mefistofélica? un término devenido de Goethe al parecer que me hace saber que tenemos mucho en común respecto a la lectura.
Un abrazo
Amigo Enletrasarte, el bosque de Elena está cerca de Viena, es un paisaje muy distinto al que acostumbro a divisar y a gozar desde mi situación mediterránea, soy limitado, muy limitado, y cuando se presenta ante mí cualquier paisaje que carezca de olivos, me invade una sensación de tristeza estética y añoro este mar antiguo que fue cuna de los clásicos.
ResponderEliminarSalud