Ya han pasado las fiestas de navidad y se han retirado las
lucecitas que adornaban las calles. Ahora me dispongo a contemplar una ciudad
más moderna, libre de bombillas de colores, de árboles iluminados y de muñecos
disfrazados de color Coca Cola.
Ya sé que las Ramblas de Barcelona, por donde circulan miles
de turistas, van quedando pocos signos de modernidad, pero aún albergo alguna
esperanza, y ahora que ya ha pasado la vorágine de las fiestas, me dispongo a
visitar el Arts Santa Mònica, este espacio que durante tantos años ha sido un
referente de las tendencias más avanzadas del arte que se presentaban en
Barcelona.
Ramblas abajo, antes de llegar a Santa Mónica paso por
delante del Liceu, donde se está representando la ópera Cendrillon de Jules
Massenet. Se trata del cuento de hadas de La Cenicienta, cuento entrañable y
ñoño que se presenta con una escenografía escueta y con un vestuario que oscila
entre lo naïf y lo grotesco. La música de Massenet es bella, ramplona, graciosa
y bien orquestada, adecuada para un cuento de hadas. Todo bien representado,
pavisoso, sosaina y chocho donde la modernidad brilla por su ausencia.
No pierdo la esperanza y antes de llegar a Santa Mónica me
encuentro con las taquillas del Teatro Principal, que recientemente ha
sido restaurado y han reabierto al público. Parece ser que se pretende
configurar este equipamiento cultural como un espacio para la representación de
espectáculos de cabaret. En seguida pienso en obras de cabaret literario y me
viene a la mente alguna propuesta arriesgada, una avanzadilla que pudiera
suponer una evolución de aquel cabaret expresionista que hizo furor en la
República de Weimar, pero no, lo que me encuentro es que las hornacinas de
piedra que fueron las antiguas taquillas, se han convertido en unos escaparates
donde se exponen lujosos bolsos de piel, latas de caviar y botellas de
champagne francés del más caro; total, sólo signos de lujo y ostentación en vez
de modernidad.
Sigo en mis trece de ir a la búsqueda de algún signo de arte
moderno y entro en Arts Santa Mònica y allí, los nuevos gestores de este
centro, haciendo un alarde de progresía cultural, presentan la exposición Un
dilema. L'art contemporani i la inversió en la incertesa, donde se muestran
obras de Francesc Abad, Mariona Moncunill, Basurama, Antoni Llena, Núria Güell
con Juanjo Garfia, Ro Caminal, Antonio Ortega, Gabriel Pericàs, Raimond Chaves
y Gilda Mantilla, Raquel Friera, Ana Garcia-Pineda, Martí Guixé, Les
Salonnières, Antoni Marquès, Josep-Maria Martin, Sofia Mataix y Miquel Ollé,
Tere Recarens y Özay Sahin. En general buena voluntad, pero no encuentro nada
más que dato y concepto y una ausencia total de progreso formal.
Hay, sin embargo, en el Espai Balcó de Arts Santa Mónica un
pequeño oasis que verdece en medio del desierto de la modernidad perdida. Se
trata de la exposición LOCUS NAKED. Se presenta como un recopilatorio-diálogo
de la obra de Marga Clark y Valentí Gómez i Oliver, es una mirada progresiva
sobre el panorama formal de dos ciudades, Nueva York y Roma, son visiones
esperanzadas sobre dos mundos aparentemente opuestos. Los dos artistas
reflexionan sobre una ciudad proyectada hacia el futuro y otra que parece vivir
anclada en el pasado, y sobre estos dos mundos, los artistas establecen un
diálogo donde resaltan la importancia de la inteligencia, de la diversidad y
del arte, como espacio universal de entendimiento y progreso. Con fotografías, dibujos y textos nos explican
cómo El passat il·lumina la nostra
recerca present del futur (El pasado ilumina nuestra búsqueda presente del
futuro).
En fin, después del paseo por las Ramblas compruebo que la
modernidad se ha marchado de esta calle poblada de turistas. Sólo queda el
pequeño balcón de Arts Santa Mónica donde encuentro un oasis de arenas
esperanzadas.
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