Lorenzo de Medici huyó de la ciudad al campo, la recuperación de la vida campestre era el paraíso recobrado. Entre los sicomoros y las adelfas encontró palabras de barro y halló tramontanas, charcos y tubérculos pero no quiso volver a los jardines ocultos que reciben las sombras alargadas de sus palacios.
Quería
olvidar las fachadas construidas con piedra serena. Tras la serenidad de las
paredes se escondía la preocupación y la intriga.
Lluvias
de auroras terminadas se cernían sobre el huerto de su retiro clásico, pero no
añoró los frescos policromados ni los tapices que absorben el color de los
venenos.
El Arno
fluía lento bajo los puentes de la ciudad, allí en "le piazze"
retumbaban aún los combates gibelinos, mientras las lechuzas, con sus papos
llenos de aceite, volaban hasta Fiésole, hasta el convento de los
franciscanitos, donde Fra Angelico pintó los muros construidos también con
piedra serena.
Y lejos,
Lorenzo suspiraba.
Me gusta eso de tras la serenidad y las paredes se escondía la preocupación y la intriga.
ResponderEliminarAmic Miquel, este texto lo escribí hace algún tiempo, pero la frase que tu mencionas la he añadido hoy.
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Sicomoro, el árbol me gusta casi tanto como la palabra.
ResponderEliminarEl agua que fluye, la naturaleza en su conjunto, es tan indiferente hacia los asuntos humanos que cautiva y encanta.
Querida Amaltea, la naturaleza es tan bella e inclemente como un dios antiguo.
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